José María Poirier, Coordinador Cultural de la Universidad del CEMA
Que en el pensamiento tradicional de la Iglesia argentina haya tomado distancia tanto del marxismo como del liberalismo no es una novedad. En efecto, las simpatías por el peronismo, en parte, dependen de ello. De lo contrario, sería difícil explicar por qué gran parte del clero de nuestro país haya sentido (y siga sintiendo) afinidad con la “tercera posición” de Perón. En el fondo, no pocos católicos tienen la impresión de que la doctrina justicialista ayuda a preservar ciertos valores cristianos tan caros al nacionalismo de nuestra patria. Menos devoción parecen suscitar los principios democráticos y republicanos, el pluralismo cultural o la división de poderes en el Estado. Además, el peronismo entiende las relaciones entre la Iglesia y la política de manera atrayente para ciertos católicos cercanos a una visión integrista.
Pero leer todo lo que dice el Papa argentino en esa clave lleva a confusión y extravío. Bergoglio toma distancia de la Teología de la Liberación, en cuanto esta supuso muchas veces un juicio marxista para el análisis de la realidad social. Y si al liberalismo se lo considera sinónimo de capitalismo, y a éste necesariamente como “capitalismo salvaje”, todo se complica a la hora de interpretar.
Cuando el Pontífice parece ambiguo en su categorización del “populismo” habría que atender también a la acepción del término “pueblo”, tan presente en su pensamiento y en la corriente teológica a la que adhiere. A veces no hay coincidencias en las palabras y se tiende a prejuzgar los términos con categorías que serían ajenas al Papa.
Conviene tener en cuenta, a este propósito, a dos de los teólogos argentinos más allegados al pensamiento de Bergoglio. Recientemente entrevistado en Madrid, Carlos Galli –ex decano de la Facultad de Teología de la UCA y miembro de la Comisión teológica internacional–, al ser consultado sobre el carácter “populista” con que muchas veces se califica al Santo Padre, distinguió que “el Papa es popular porque quiere al pueblo de Dios; no es populista. Es popular por su forma de trato cálido. Ahí aparece esa cultura afectiva y gestual de los pueblos latinoamericanos; es popular porque habla de forma sencilla. Pero hay que ver la profundidad espiritual y doctrinal de sus textos. En cambio, un populista es un retórico demagogo que lanza consignas y simplifica las cosas para convertirlas en lemas que le permitan manipular al pueblo”.
Sobre la teología del pueblo, aplicada por Francisco y atribuida comúnmente a una mirada latinoamericana, Galli aclaró que “la teología del pueblo no es sólo una teología para expresar la realidad de la Iglesia latinoamericana. Es una eclesiología, y no una eclesiología cualquiera, sino la que brota de los textos del Antiguo Testamento y desemboca en el Vaticano II para expresar la dimensión social e histórica del misterio de la Iglesia, tal como lo recoge la Lumen gentium”.
Por su parte, Víctor Manuel Fernández –arzobispo y rector de la UCA– afirma que “la palabra ‘pueblo’ es una de las que Bergoglio usa con brillo en los ojos. Valora al pueblo como sujeto colectivo, que debería estar en el centro de las preocupaciones de la Iglesia y de cualquier poder. No es poca cosa decir esto, cuando en algunos sectores de la sociedad y de la Iglesia el pueblo es considerado sólo como una masa llena de defectos que deben ser saneados por la acción educativa de los ‘sabios y prudentes’. No podemos ignorar que, como obispo, siempre les insistía a los curas no sólo que fueran misericordiosos, sino también que supieran adaptarse a la gente, que no sostuvieran ni una moral ni unas prácticas eclesiales rígidas, que no complicaran la vida con normas bajadas autoritariamente desde arriba. ‘Nosotros estamos para dar al pueblo lo que necesita, somos instrumentos de Dios para el bien de sus vidas’, es una convicción que expresó insistentemente. Estoy convencido de que esto no es un populismo oportunista (aunque pueden llamarlo como quieran), sino la seguridad de que el Espíritu Santo actúa en el pueblo, y lo hace con esquemas y categorías muchas veces incomprensibles para los sectores ilustrados o acomodados, que en su incomprensión suelen demostrar el mismo autoritarismo irracional que ellos critican”.
Una posible pista quizá la ofrezca la gran novela de Alessadro Manzoni, Los novios, que tanto relee Bergoglio. Una obra donde el pueblo es el gran protagonista, desde una visión auténticamente religiosa y social. ¿Será posible, entonces, entablar nuevos diálogos y debates desde diferentes modos de considerar a Francisco y avanzar en la búsqueda de lenguajes que permitan una mayor comprensión de su compleja personalidad?
Al llegar a Roma, una de las cosas que más sorprenden es el cariño y la admiración que este Papa despierta en las personas más variadas, casi en las antípodas de ciertas personalidades curiales y jerárquicas. La gente tiende a percibirlo cercano y afectuoso, humano y capaz de comprender las situaciones existenciales, amigo de los pobres y de los que sufren. El tiempo que él dedica en cada audiencia a los enfermos, a los niños, a los jóvenes es particularmente extenso si se lo compara con el que otorga a diplomáticos, políticos o prelados. Su voz es escuchada y sus gestos resultan emblemáticos para los ciudadanos de a pie.
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