En las misas de este último domingo, se leyó el Evangelio donde se narra el episodio en el que Jesús pide agua a la Samaritana y le dice: “El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed; pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la vida eterna”.
Reflexionando sobre este episodio, el obispo de Puerto Iguazú, Mons. Marcelo Martorell, dice que “esta agua no es otra cosa que la gracia santificante que Cristo comunica a los que creen en Él y Él es la fuente que no se acaba”.
En todas las misas celebradas este último domingo, tercero de Cuaresma, se proclamó el Evangelio donde San Juan narra el episodio en el que Jesús, junto al pozo, le dice a la Samaritana: “Si conocieras el don de Dios y quien te pide de beber, le pedirías tú y él te daría agua viva”. Y más adelante: “El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed; pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la vida eterna”.
Reflexionando sobre este episodio, el obispo de Puerto Iguazú, monseñor Marcelo Raúl Martorell, dice que “esta agua no es otra cosa que la gracia santificante que Cristo comunica a cuantos creen en Él y Él es la fuente que no se acaba. Esta es la gracia que recibimos en el bautismo que nos da la fe. Para sacar y beber de esta agua viva y vivificante es necesario creer. Jesús en este pasaje conduce a la Samaritana a la decisión de la fe. Si bien ella desconfiaba al principio, al descubrir con quién estaba hablando, vuelve llena de alegría a la ciudad para anunciar al Maestro”.
“El bautismo y la fe son dos dones conexos -prosigue el prelado-; quien cree puede ser bautizado y el bautismo produce la fe. El hombre que se bautiza se sumerge en el corazón de Cristo, fuente de agua viva, agua que quita la sed y purifica el corazón, convirtiendo el corazón del creyente en una fuente de agua viva, un corazón lleno de gracia, que lleva al hombre a la vida eterna”.
“La gracia -participación de la naturaleza divina- no se puede separar del amor de Dios, que es la esencia de su vida”, continúa su reflexión el obispo y agrega: “Este amor se derrama con la gracia en el bautizado y no es un amor abstracto, sino un amor que se siente y se vive, que compromete a todo hombre con la vida de Cristo y que lo impulsa a seguirlo y a comunicarlo. Es un amor irresistible y que compromete al hombre con la verdad de tal forma, que es capaz de dar la vida por ella. Es la gracia que llevó al Apóstol Pablo a insertarse en este amor de Dios de tal manera que no pudo sino darse totalmente a Cristo hasta dar la vida por Él”.
“Así nos tenemos que sentir los bautizados, llenos del agua viva que nace de la gracia, sentir la fuerza del amor de Dios de tal manera, que nos comprometa con Cristo en esta vida, cambiando las estructuras de pecado en estructuras de vida, luchando por la vida desde su concepción hasta su muerte natural, amando y protegiendo los valores de la verdad y la justicia, luchando por la inclusión de todos los hombres en una sociedad más justa y equitativa, dando la vida por la esperanza y la ilusión cristiana de la niñez y juventud, gritando al mundo que el misterio pascual de Cristo es el centro de la vida, de la historia y de la dignidad del hombre”, concluyó monseñor Martorell.
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