Descubrimos la inspiradora historia de una mujer volcada en la ayuda asistencial a los más necesitados. Su labor le valió ser beatificada en 2003
Muchas personas nacen en un entorno con una vida regalada. Hijos de familias acomodadas que, por su situación personal, no llegan a saber lo que supone que te falte lo más esencial. Pero también hay muchas de esas personas que no giran la espalda a los demás y aprovechan su posición social para hacer de este un mundo mejor.
Eso fue lo que hizo María Dolores Rodríguez Sopeña, una mujer que, inspirada por el ejemplo de Jesús e impulsada por su profunda fe, decidió dedicar su vida a los más necesitados. Una vida intensa, de profundo trabajo que se convirtió en ejemplo para muchos. Una vida que le valió ser beatifica. Una labor que, aún hoy en día, sigue viva.
Su historia empieza en Vélez Rubio, una localidad de Almería, en la que vino al mundo el 30 de diciembre de 1848. La suya era una familia lleva de vida y de amor. Siendo la cuarta de siete hermanos, María Dolores nunca estuvo sola, rodeada de unos hermanos que la querían.
Solamente un problema en los ojos que la obligaron a ser intervenida cuando tenía ocho años nubló su feliz infancia. Su padre, Tomás Rodríguez Sopeña, era un importante magistrado que alcanzó fama y prestigio como Fiscal de la Audiencia de Almería y dio a su familia una posición acomodada.
María Dolores era una joven como cualquier otra, que acudía a fiestas y disfrutaba de la vida.
Pero también era una muchacha imbuida de una profunda fe, aprendida de su propia madre, Nicolasa Ortega Salomón. Pronto se dio cuenta que la vida social no la llenaba demasiado. En cambio, se fijó en los más débiles de la ciudad y, por miedo a recibir alguna reprimenda de sus padres, empezó a acudir en ayuda de los pobres a sus espaldas. Los primeros en recibir su ayuda fueron dos hermanas enfermas de tifus que se refugiaban en unas cuevas almerienses y un leproso que vivía a las afueras de la ciudad. Lejos de reprenderla, su madre se convirtió en su compañera y ambas empezaron a visitar a los pobres.
Años después, su padre, acompañado de uno de sus hijos, tuvo que trasladarse a Puerto Rico por motivos de trabajo. Nicolasa y el resto de la familia se marcharon a vivir a Madrid. Allí, María Dolores, con la ayuda de un director espiritual, profundizó en su propia fe y empezó a colaborar más intensamente en distintos centros como la cárcel de mujeres, hospitales y escuelas dominicales. Su labor entonces se centró en la enseñanza de la doctrina cristiana. Una labor que continuaría al otro lado del Atlántico cuando en 1872 los Rodríguez Sopeña se reunieron en Puerto Rico.
Alfabetización de niñas desfavorecidas
En contacto con los jesuitas e inspirada por su labor pastoral, María Dolores fundó la Asociación de las Hijas de María y varias escuelas cuyo objetivo se centraba en la alfabetización de las niñas desfavorecidas y en su acercamiento al catecismo. Unos años después, la familia volvía a trasladarse, pues su padre había sido nombrado Fiscal de la Audiencia de Santiago de Cuba. En su nuevo hogar, continuó con su labor de ayuda a los más necesitados que se materializó en la fundación de los llamados Centros de Instrucción. Así, María Dolores aglutinó en un solo espacio la ayuda asistencial y médica junto con la enseñanza de cultura general y de la palabra de Dios.
En palabras de los miembros del Instituto Catequista Dolores Sopeña, “Allí comienza a perfilarse su metodología de trabajo, basada en salir al encuentro, acoger e invitar a todos a participar en actividades de formación humana y cristiana, al tiempo que se cubrían sus necesidades básicas”.
La alegría de María Dolores
María Dolores no estaba sola pues su carisma y su ejemplo llegaron a los corazones de muchas personas que quisieron seguir sus pasos y ayudarla en su proyecto. Así, consiguió aglutinar a un ejército de mujeres que expandieron esos centros a distintos barrios de la ciudad.
La alegría de María Dolores, feliz de ayudar a los demás, se vio truncada con la muerte de su madre. Su padre, que ya era mayor, decidió retirarse de la magistratura y regresó con ella a Madrid. De nuevo en España, la vida de María Dolores continuó centrara en el prójimo.
Primero en su padre, a quien cuidó con gran devoción hasta su muerte en 1883. Pero no se olvidó ni de su vida espiritual ni de su labor social. Continuó haciendo ejercicios espirituales, trabajando en su actividad pastoral y ayudando a los pobres y enfermos de la capital. En el Barrio de las Injurias, una zona castigada por la escasez de todo y con el ateísmo y el anticlericalismo como principales sentimientos, María Dolores se propuso, a partir de la creación de distintos centros, acercar la palabra de Dios con su propio ejemplo de ayuda.
En 1892, a instancias del obispo de Madrid, Ciriaco Sancha, fundó la Asociación de Apostolado Seglar que hoy sigue muy activa y se conoce como Movimiento de Laicos Sopeña. Un movimiento que, como ellos mismos se definen, tiene como objetivo “dar a conocer a Dios a las personas alejadas de la Iglesia y a los sectores con menos oportunidades y ser signo y constructoras de fraternidad”. Desde Madrid, María Dolores empezó a expandir su labor por otras ciudades de España y creó varios centros obreros acercando la palabra de Dios y el ejemplo de Cristo a personas muy influenciadas por ideas anticlericales.
Obra Social y Cultural
Tras un viaje de peregrinación a Roma en 1900 donde estuvo un día en retiro junto al sepulcro de San Pedro, María Dolores regresó a casa con más fuerza aún para seguir con su labor apostólica. Un año después se creaba el Instituto de Damas Catequistas, que, como el Movimiento de Laicos Sopeña, continúa vivo en nuestros días con el nombre de Instituto Catequista Dolores Sopeña, con una doble misión: “Llevar el evangelio a aquellas personas alejadas de Cristo y tejer lazos de fraternidad, fomentando las relaciones de solidaridad que acortan las distancias entre todos los que somos por igual hijos de Dios”.
En 1902 nacía la asociación civil Obra Social y Cultural Sopeña que continuó con su labor evangelizadora y de ayuda a los necesitados que iniciaron su expansión por América en 1917 recalando en Chile. Desde entonces, su ejemplo fue el motor que impulsó un sinfín de instituciones, escuelas, centros para adultos, casas de ayuda, organizaciones catequistas… tanto en ciudades españolas como en distintos países de Latinoamérica.
Un mundo más justo
El 10 de enero de 1918 fallecía María Dolores Rodríguez Sopeña, tras una vida ejemplar, de entrega sin condiciones a los demás, ofrenciéndose a ser el vehículo de transmisión de la palabra de Dios. No es de extrañar que poco después de su muerte se extendiera su fama de santidad que culminó con su beatificación el 23 de marzo de 2003.
En la homilía, el papa Juan Pablo II destacó la gran labor de María Dolores que, a través de las instituciones creadas por ella misma, “se continúa una espiritualidad que fomenta la construcción de un mundo más junto, anunciado el mensaje salvador de Jesucristo”. El pontífice remarcó que “quiso responder al reto de hacer presente la redención de Cristo en el mundo del trabajo”.
Más de un siglo después de su muerte, la esencia de la beata María Dolores Rodríguez Sopeña sigue más viva que nunca cumpliéndose así sus propias palabras dejadas en su testamento espiritual: “desde el cielo os bendeciré siempre y desde allí os ayudaré más”.
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