Al atravesar la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro, peregrinos de todo el mundo y de todas las edades se encuentran por un momento. Han venido a vivir el Jubileo de 2025 a su manera. I.Media ha seguido a uno de los muchos grupos que ya han cruzado el umbral de la Basílica Papal
Alos pies del Castillo de Sant'Angelo, voluntarios vestidos con uniformes verdes recuerdan a todos los peregrinos que quieran hacer el recorrido especialmente diseñado para ellos: "silencio durante la peregrinación". El padre Romain, encargado de la pastoral en Sainte-Marie de Lyon (Maristas), transmitió este mensaje con cierta firmeza a los 45 alumnos de noveno curso a los que acompañaba en una peregrinación de cuatro días a Roma. En el espacio de unos minutos, la emoción de estar con los compañeros de clase en la Ciudad Eterna bajo un hermoso sol de invierno dio paso gradualmente a un profundo sentido de contemplación. "Es hermoso vivir este momento en silencio", confiesa uno de los compañeros.
Junto a ellos, cinco sacerdotes se unieron a la procesión. Son misioneros claretianos, también conocidos como Hijos del Inmaculado Corazón de María, que siguen la regla creada en el siglo XIX por el catalán Antoine-Marie Claret. Todos viven en Roma, en la Casa Generalicia de su orden. Hoy es su jornada mensual de retiro, en la que aprovechan para "acercarse al hogar de su fe", explica con una amable sonrisa el padre José Enrique, un sevillano de 35 años que ingresó en la congregación en 2011. Presenta a sus cuatro hermanos, de diferentes edades y orígenes: Nigeria, Italia, El Salvador y Puerto Rico.
Un voluntario lleva la cruz al padre Romain, quien explica que los jóvenes se turnarán para llevarla a lo largo del recorrido establecido por los organizadores del Jubileo. Desde el Castillo de Sant'Angelo hasta la entrada de la Basílica de San Pedro se ha instalado una pasarela especial para los peregrinos. Evitando el enjambre de turistas -pero no los controles de seguridad-, los escolares, seguidos unos metros más adelante por los cinco claretianos, avanzaron lentamente, alternando periodos de silencio, escuchando las lecturas y los cantos que los jóvenes retomaban tímidamente.
Cuando el grupo entró en la plaza de San Pedro, un acompañante les explicó el significado de los dos grandes "brazos" de Bernini, símbolos de la acogida de la Iglesia a toda la humanidad. "Este es un momento para que deis gracias al Señor por todas las cosas bellas que os ofrece", insiste.
No hay parloteo en las filas, y la meditación de los escolares conmueve a los cinco claretianos que les siguen y repiten las oraciones del grupo en su propia lengua.
Un momento de encuentro personal
Cantando "Bendeciré al Señor", la procesión adelanta a los turistas que simplemente han venido a visitar la basílica. "Al pasar bajo la Puerta Santa, seguimos a todos los que nos han precedido en la Iglesia, a todos los santos", explica el padre Romain, antes de que un asistente lance una letanía de los santos. Y tras un cuarto de hora de camino, salpicado de breves paradas para escuchar un salmo o una meditación, el grupo ya está delante de la Puerta Santa.
El grupo de estudiantes ante la Puerta SantaCamille Dalmas
"Este es un momento personal, y les invito a vivirlo profundamente en su interior", advirtió el sacerdote acompañante. Así, en silencio orante, se cruzaron los pocos metros. Un estudiante se arrodilló para firmar con su nombre, y un sacerdote claretiano se detuvo en el umbral para tocar la puerta. En el interior de la basílica, el grupo continúa siguiendo la cruz, ahogada ahora por una multitud de visitantes, y llega por fin al corazón de la basílica, la "Confesión de Pedro".
Explicando la historia de este lugar, que la tradición y numerosas pistas históricas señalan como la tumba de San Pedro, el padre Romain invita a los alumnos a recitar el Credo, antes de permitirles dividirse en pequeños grupos para visitar el lugar, antes de continuar con el programa de su viaje, que les llevaría a visitar la iglesia de San Luis de los Franceses por la tarde. Para los claretianos, la jornada de retiro continúa. "Era la primera vez que atravesaba una puerta santa", confiesa el padre José Enrique, con el rostro iluminado por una gran sonrisa, antes de dejarnos.
Comentá la nota