Según una periódica encuesta, los que oraban en 1984 eran el 61 % y treparon al 80 % en 2017. Pero los que asisten al templo pasaron de ser el 31 % al 21 %. ¿Individualismo o falta de contención de los cultos? El fenómeno interpela a la Iglesia católica.
Sergio Rubín
Contra los pronósticos agoreros que durante el siglo XX vaticinaban un mundo cada vez menos religioso, la gran mayoría de la población mundial sigue creyendo en Dios y se considera religiosa. Según la periódica Encuesta Mundial de Valores (WVS), de la que participa la reconocida socióloga argentina Marita Carballo y que condensó en su libro “Dios en el mundo moderno”, de reciente aparición, el 80 % dice creer en Dios y dos tercios se define como religiosa. La Argentina está por arriba del promedio: los guarismos trepan al 91 y 70 %, respectivamente.
Sin embargo, la concurrencia semanal al templo es baja en el mundo: apenas un 28 %, aunque el 62 % dice que reza o medita individualmente. En nuestro país ese escenario es más marcado: los que asisten una vez por semana o más disminuyeron en las últimas décadas, al pasar del 31 % en 1984 al 21 % en 2017, pero la cantidad de quienes rezan o meditan subió sensiblemente. De ser el 61 % a ser el 80 %. Si bien no toda meditación es religiosa, resulta relevante que la mitad de los argentinos rece varias veces por semana y un 37 % lo haga una vez al día o más.
Este contraste entre la escasa práctica del culto vivida de modo comunitario y una fluida relación individual con Dios -a lo que habría que sumar una cada vez menor observancia de muchas premisas doctrinarias- constituye un proceso que no es reciente, pero que se va acentuando –como se ve con claridad en el caso argentino- y que interpela a las confesiones en general y particularmente a la Iglesia católica por el cariz comunitario de sus celebraciones. Lo que lleva a la pregunta de si el creciente individualismo en la sociedad está teniendo su correlato en los cultos.
El sacerdote Enrique Bianchi, profesor de Teología de la UCA, especializado en cuestiones pastorales, admite un riesgo: “La búsqueda de Dios siempre es algo personal (en realidad es una respuesta a Dios, que nos busca primero). Pero el problema es cuando se busca a Dios sin querer poner en crisis un estilo de vida que nos promete una felicidad a partir de construir fronteras que nos separen de los demás. Esta propuesta no cumple lo que promete, solo deja frustración. Muchos buscan superar esa angustia cultivando la dimensión religiosa de la vida. Algunos, lamentablemente, se terminan fabricando un ‘dios sin prójimo’, que no les cuestione las convicciones de fondo”.
Advierte que “la búsqueda de Dios desde una cosmovisión individualista está viciada de raíz. El individualismo es un tiro al corazón del cristianismo: ‘ama a tu prójimo como a ti mismo’. No hay forma de realización personal en el cristianismo que no sea saliendo al encuentro de las necesidades de los demás. El prójimo y sus penurias son parte esencial de nuestra fe”. No obstante, admite que en la modernidad “las pertenencias institucionales son lábiles y múltiples. Esto se ve especialmente en las instituciones religiosas, Mucha gente siente que su relación con Dios no tiene que estar mediada por una institución”. Eso sí: aclara que la Iglesia “no es solo la gente que va a misa”.
Para Carballo “el hecho de que muchos creyentes se relacionen de una manera más personal, individual y directa con Dios, sin intermediarios, es un llamado de atención para las instituciones religiosas. Sin duda –agrega-, estamos frente a una sociedad más individualista y esto se viene agudizando en las últimas décadas, pero indica también que la Iglesia no está dando las respuestas esperadas y que debe aggionarse para atraer a los fieles y generar una relación más cercana y comunitaria con ellos”.
Caballo subraya que este proceso “es un enorme desafío para las confesiones religiosas”. Cree, pues, que “las Iglesias deben estar atentas y desarrollar estrategias de acercamiento a sus fieles respondiendo a sus necesidades espirituales y humanas como los problemas de la vida familiar, los dilemas morales…” En el caso de la Iglesia católica, dice que “se le reclama ser más abierta e inclusiva, contenedora y participativa. También se le demanda ayuda para atender los problemas sociales de nuestro país hoy en día y en este punto se reconoce su labor”.
El psicólogo social Julio César Labaké señala que “la religiosidad tiene una dimensión social, como todo lo humano, que es paradojal. Reducir la vida de fe solamente al ámbito individual priva de una experiencia que es imprescindible. La comunión de fe confirma que no somos navegantes solitarios. Hay algo básico en la condición humana, compartido, que nos reafirma en la confianza en ese Dios cuya existencia no está certificada por una prueba de laboratorio, sino por una confianza que es razonable y compartida”.
Labaké opina que “la persistencia en la creencia en Dios revela que el hombre “tiene más claro que es la urgencia de sentido lo que nos pone frente a Dios” a la vez que “gana espacio la conciencia personal”. Pero cree que “los dirigentes religiosos deberían tender a organizar con frecuencia grandes expresiones sociales como son los congresos marianos o la peregrinación a Luján en el caso católico, y buscar más presencia en los medios audiovisuales para compensar la dimensión social menguante y hacer claramente comprensivas y participativas las celebraciones”.
Por su parte, el presidente de la Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas (ACIERA), la mayor institución evangélica del país, pastor Rubén Proietti, aclara de entrada que “los cultos evangélicos no se nutren de ritos religiosos, sino por las experiencias diarias que tiene el seguidor de Jesucristo con Dios”. No obstante, señala que los fieles “se reúnen para orar juntos, adorar a Dios juntos, contar las cosas que Dios ha hecho en la semana en la vida de cada uno y, en fin, proclamar el mensaje de esperanza a todo aquel que no tiene experiencia personal con Dios”.
Si bien Proietti recuerda que las Sagradas Escrituras dicen que “quien sigue a Cristo no deja de congregarse porque es lo que Dios pide en su palabra, es decir, es un acto de obediencia práctica y real a Dos”, considera que “es muy bueno que el ser humano tenga ‘teléfono directo’ con Dios porque, si es real, sucede que habla la persona y escucha lo que Dios le dice a través de la Biblia. Luego, cuando escucha a Dios, no solo se congrega, sino que ama a su hermano y juntos ayudan a prójimo”, completa.
Ahora bien: ¿El uso intensivo de las nuevas tecnologías para transmitir los oficios religiosos durante la pandemia acentuará el individualismo religioso? Para el padre Bianchi los oficios a distancia “han sido una muestra de creatividad ante las dificultades y resultado muy útiles al ser imposible la presencialidad. Pero advierte que “al menos en el caso de la misa, no pueden volverse lo normal cuando no haya impedimento para reunirnos físicamente. Esto no quita que el ejercicio de habernos conectado por internet dé nuevos bríos”.
Carballo opina que la Iglesia “está frente a una gran oportunidad. Los oficios a distancia han atraído a un público que estaba alejado y ya no frecuentaba la iglesia y pueden ser muy eficaces para un mayor acercamiento a los jóvenes. Además, la pandemia genera muchas inseguridades y las personas necesitan refugio y contención”. A su turno, Proitetti afirma que la fe en Dios “nos une espiritualmente y hoy se traduce en nuevas formas para no perder el sentido de comunidad como repartiendo comida y ropa y dando una palabra de esperanza”.
Finalmente, para Labaké “la cuarentena tan prolongada puede reforzar la experiencia del encuentro individual-virtual en las celebraciones religiosas, pero no es pensable que eso signifique la supresión de la necesidad humana de compartir esa experiencia, tan necesaria y profunda, de vivir juntos la vivencia de la fe a través de las celebraciones culturales”.
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