El caso del sacerdote José María di Paola, con quince años en las villas de emergencia de Buenos Aires.
por Alver Metalli
Comenzó la cuenta regresiva. Falta una semana para las elecciones que pondrán punto final a la era Kirchner, una sucesión de casi cuatro mandatos presidenciales repartidos equitativamente entre marido y mujer. Muchos políticos, en caravana o solitaria peregrinación, circulan por las calles polvorientas y accidentadas para llegar hasta las villas de la periferia de Buenos Aires, donde vive el sacerdote José María di Paola, más conocido como padre Pepe. Una romería hacia las zonas marginales que no tiene nada de raro, sino que es más bien comprensible e incluso deseable, y así lo considera el padre Pepe. “Fue igual en la villa 21”, recuerda con una sonrisa, retrocediendo algunos años, aunque no muchos en realidad, hasta la época en que vivía en uno de los más populosos enclaves de miseria urbana de la capital argentina. “Venían los candidatos al gobierno de Buenos Aires para descubrir una realidad que se encontraba a pocas cuadras del centro pero era casi desconocida”. Los nombres son familiares para los argentinos: Ibarra, Macri, Tellerman, Filmus; algunos que ya pasaron y otros que están muy vivos, presentes, y en carrera hacia nuevos objetivos de la política nacional. “Lo más simpático”, recuerda el padre Pepe di Paola, “es que a la villa 21 venían también políticos de otros países para conocer de cerca la situación de sus compatriotas emigrados a Argentina”, como en el caso de dos candidatos a la presidencia del Paraguay, el ex obispo Fernando Lugo, elegido en 2008 y el derrotado Lino Oviedo.
Hace casi tres años que el padre Pepe se mudó de la villa 21 a otra de la periferia denominada La Cárcova, a treinta kilómetros de Buenos Aires. Tomó esa decisión cuando consideró que los riesgos de volver al hábitat del que lo habían expulsado los narcos en 2009 habían disminuido. No es que no haya narcos en La Cárcova. Venta, consumo, ajuste de cuentas, degradación y violencia están a la orden del día. Pero la manera como ahora hace frente a esa realidad es no levantar demasiado la voz y trabajar para arrancar las presas de las manos que los estrujan poco a poco. Y aquí volvemos a los políticos, que en algunos casos son espectadores impotentes de lo que ocurre en las villas, otras veces son cómplices y en otros buscan con buena intención comprender de qué manera se puede actuar con eficacia allí donde el Estado no llega, aunque ellos también tienen interés en mostrar una imagen diferente en época electoral. El padre Pepe piensa que está bien que los políticos “quieran conocer otros puntos de vista como el nuestro, que vivimos dentro de la villa, y no solo el que transmiten el periodismo o las investigaciones universitarias, que no dicen toda la verdad”.
El padre Pepe se ha convertido en un referente muy escuchado para muchos de ellos. Hay nombres rimbombantes en estos tiempos electorales. El sacerdote selecciona algunos: María Eugenia Vidal, candidata a gobernadora de la provincia de Buenos Aires, Felipe Solá, ex gobernador de la misma en épocas difíciles, Aníbal Fernández, poderoso Jefe de Gabinete de la presidente que termina su mandato, Daniel Scioli, quien hace mucho tiempo está en carrera para suceder a la viuda de Kirchner y tiene buenas posibilidades de lograrlo, según las encuestas de última hora. Como Gobernador de la provincia de Buenos Aires, Scioli firmó un acuerdo entre el Ministerio de Desarrollo Social y la parroquia San Juan Bosco para la construcción de una escuela de Artes y Oficios en la villa La Cárcova que llevará el nombre de Monseñor Romero.
Scioli representa el peronismo dialogante, el histórico, donde convergen todas las clases y con vocación social, el que busca la mediación entre las partes, el que apuesta al trabajo productivo y está dispuesto a negociar con los organismos internacionales para saldar en condiciones equilibradas la pesada deuda que adquirió la Argentina con la bancarrota de 2001 y que todavía condiciona gravemente la recuperación económica.
El padre Pepe no esquiva la atención de los políticos, no se echa atrás, aunque trata de distinguir las adulaciones melosos del poder, de la ayuda pública que puede recibir para su obra de promoción humana y social en los sectores más marginales de la sociedad argentina. “Creo que los curas de las villas tenemos la obligación de transmitir las opiniones que nos hemos formado a partir de lo que vivimos cotidianamente. La misión de la Iglesia siempre fue comunicar el Evangelio a todos, sin excepción, y ser fermento de un mundo mejor, más humano y más justo en cada realidad donde está presente”. En pocas palabras, “ser “sal y luz” para los hombres, para todos, para los que siguen sus enseñanzas y para las personas de buena voluntad que no las siguen”. La referencia al Papa argentino es inevitable. “Recuerdo cuando escribimos un documento sobre la integración urbana que le gustó mucho a Bergoglio, y que tenía que ver con las muchas cosas positivas que una villa puede transmitir al resto de la ciudad de Buenos Aires, y viceversa. La integración fue el núcleo de nuestra propuesta, a diferencia de otras centradas en la urbanización o la erradicación de las villas. El documento lo entregamos personalmente en mano a figuras importantes de la política de aquellos años…”.
Por esa razón, entre otras cosas, las villas donde el padre Pepe estuvo ya no son las mismas. “Antes de 2001 eran lugares ocultos, ni siquiera se sabía que existían o se sabía muy poco; las villas eran consideradas ámbitos de violencia y degradación. En el diálogo con funcionarios, políticos y legisladores, las villas se fueron conociendo mejor, mostrando muchos aspectos valiosos”.
Le preguntamos muy directamente si no tiene miedo de ser instrumentalizado, de que los políticos lo busquen en época electoral para sacarse una foto con él y los marginados que representa y exhibirla después en otros ambientes electorales y, por qué no, ante el Papa Francisco, que es amigo del padre Pepe y lo aprecia. “Si uno recibe a otra persona, eso no significa que esté de acuerdo con lo que ésta piensa. Un encuentro puede ser una oportunidad para que te escuchen y promover caminos para construir una sociedad mejor. El espíritu de la Iglesia debe ser de inclusión y de diálogo, como muestra el Papa Francisco y nosotros debemos reproducir en el lugar donde vivimos”.
Tal como hacía Don Bosco, al que tanto admira el padre di Paola y a quién dedicó la parroquia que hoy dirige. “No dudaba en recibir a los políticos católicos y a otros abiertamente contrarios al catolicismo, se dice que incluso a los masones”.
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