Su elección fue una sorpresa y trajo varias primicias: primer pontífice americano, primer jesuita en la silla de Pedro y primero en llevar el nombre del Santo de Asís
Por Claudia Peiró
Una de las imágenes más impactantes del pontificado de Jorge Bergoglio fue registrada el 27 de marzo de 2020, en plena Cuaresma, y en pleno confinamiento casi mundial por la pandemia de Covid 19.
Esa noche, el Papa caminó solo por la plaza de San Pedro. Se dirigía hacia el atril desde donde envió su bendición Urbi et Orbi a multitudes presentes a distancia desde todos los rincones del mundo: millones siguieron virtualmente sus palabras. “Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos”., dijo, citando el Evangelio de San Marcos.
Aquella impresionante soledad de Francisco en la noche romana parecía el reflejo de otra, acentuada en los últimos años: el pontífice argentino era tal vez el único líder mundial de concepto en aquella coyuntura.
Él mismo reflexionaba poco después sobre esta circunstancia. Fue cuando se cumplieron diez años de su elección, que Francisco dijo: “No pensaba que sería el Papa de la Tercera Guerra Mundial. Pensaba que el conflicto sirio era único, y luego vino Yemen, y luego la tragedia de los rohingya, y vi que era una guerra mundial. Pero detrás de las guerras está la industria armamentística, y eso es diabólico. Un experto me dijo que si dejáramos de fabricar armas durante un año, ya no habría hambre en el mundo. Me duele ver a los muertos, esos jóvenes, sean rusos o ucranianos, no me interesa. No van a volver.”
Estaba expresando la frustración por no poder hacer más por la paz en el mundo, por no encontrar socios en la empresa, por no hallar el suficiente eco a sus llamados al diálogo y la fraternidad en sus contrapartes seculares. Al comienzo de su papado, varios gestos fuertes y la respuesta del mundo de la política parecían abrir caminos y tender puentes para la amistad entre los países.
Una vigilia por Siria evitó una escalada mayor del conflicto. El entonces presidente israelí Simon Peres y el de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, acudían al Vaticano para rezar por la paz entre sus pueblos. Con su mediación, Cuba y Estados Unidos iniciaban un proceso de normalización de sus relaciones.
Cuando Francisco dice que ya está transcurriendo la Tercera Guerra Mundial aunque a pedazos, no quiere decir que muchas “pequeñas” guerras sumadas hacen una grande, sino que los poderosos del mundo llevan su lucha por la hegemonía a terceros escenarios, a costa de otros pueblos, y en beneficio de sus industrias armamentísticas.
En esta denuncia, el Santo Padre se ha visto solo. En el colmo de la incomprensión acerca de su rol, no faltaron los que le exigieron que se pronunciara por uno u otro bando en una guerra, o los que reclamaban a gritos condenas a los conflictos más mediáticos y ni se notificaban de los esfuerzos que hacía respecto de otros, silenciados o sencillamente olvidados por el sistema mediático.
Suele suceder que los mismos que piden a la Iglesia, y sobre todo al Papa, no inmiscuirse en los asuntos de orden político, son luego los primeros en exigirle que intervenga y hasta resuelva los conflictos cuando éstos estallan. En el fondo, es antes que nada una excusa para criticar; si los dirigentes no crean las herramientas para continuar en el plano geopolítico los caminos que el Papa señala o abre desde el plano espiritual, es poco lo que podrá hacerse por la paz. Reclamarle al Sumo Pontífice por lo que supuestamente no hace es una forma de evadir responsabilidades.
Históricamente, la Santa Sede mantiene una actitud de prudencia y de equidistancia para actuar con el mayor grado de ecuanimidad cuando la circunstancia lo amerite.
Bergoglio no es el primer Papa que recibe a todos los jefes de Estado, ni el primero en no condenar abiertamente a uno u otro régimen. Similar diplomacia ejercieron Paulo VI y Juan Pablo II. El Vaticano no rompe relaciones con los regímenes de facto, busca mantener siempre abierto un canal de diálogo, por estrecho que sea. La Santa Sede tiene feligreses y el Vaticano “ciudadanos” en todo el mundo y eso es determinante en su modus operandi. Un nuncio puede ser expulsado, pero rara vez retirado. No es un simple embajador: cumple una función diplomática pero también otra más importante que consiste en ser el nexo entre las congregaciones locales y Roma.
La incomprensión acerca de este estatus peculiar de la diplomacia vaticana es el origen de muchas de las críticas desmedidas e ilógicas que recibió el Papa en estos años por su accionar en este plano. La incomprensión pero también la mala intención. Y en el fondo, el descompromiso.
LA HOJA DE RUTA DEL PAPADO
Doce años han transcurrido desde aquel inolvidable 13 de marzo de 2013, cuando a las 19:06, hora de Roma, la fumata blanca de la chimenea de la Capilla Sixtina precedió a la sorpresa del anuncio del nombre del primer Papa no europeo en más de 13 siglos. Se trataba de un desconocido para el gran público: el arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, no figuraba entre los más mencionados como posibles sucesores de Benedicto XVI. Pero al interior del colegio cardenalicio que debía elegir al nuevo Papa, el cardenal argentino se había ganado reconocimiento y respeto, en especial desde que, en 2007, en la reunión del Celam (Consejo Episcopal Latinoamericano) en Aparecida, Brasil, a la que asistió Benedicto XVI, el entonces impensado futuro Papa escribió las grandes líneas del programa de renovación de la Iglesia. El documento final de la reunión exponía la necesidad de reforma de la Iglesia para llevarla hacia las periferias. Esos ejes fueron luego retomados en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, publicada en noviembre de 2013, documento que muchos consideran es el programa de su pontificado.
Desde el comienzo, Francisco dio señales de los cambios que deseaba hacer a través de señales fuertes. Una Santa Sede que no se pareciera tanto a una corte renacentista y más a una iglesia de puertas abiertas. Una Iglesia que fuese hospital de campaña -donde se curan las heridas antes que cualquier otra cosa- y no una aduana, que controla y filtra los ingresos.
Al día siguiente de su elección, Francisco fue al hotel en el que se alojaba a pagar personalmente la cuenta y anunció que no viviría en el Palacio Apostólico, una medida que apuntaba sobre todo a evitar el aislamiento.
Austeridad y cercanía a los fieles. Cárceles, hospitales, villas miseria, asilos de ancianos, campamentos de refugiados, son los sitios a los que a Francisco ha ido en cada una de sus salidas, tanto en Italia como en sus viajes al exterior. Es en otra escala lo mismo que hacía el arzobispo de Buenos Aires, incansable caminador de todos los barrios de su arquidiócesis, organizador de la pastoral villera, predicador incansable contra la trata…
Estos gestos, sumados a sus homilías casi cotidianas en Santa Marta, y las audiencias públicas en Plaza de San Pedro, lo presentaron rápidamente al mundo como un pastor, un párroco de la última de las iglesias, ahora instalado en la sede apostólica y observado por el mundo entero, pero fiel a su estilo de siempre. Una forma de acercar la Santa Sede, con frecuencia vista como una torre de marfil, a todos y cada uno de los creyentes.
Sus esfuerzos por acortar la distancia -geográfica y simbólica- entre la superestructura vaticana y el pueblo de Dios fueron incesantes en estos doce años.
Para cumplir con su programa, Francisco ha reformado la Curia. en primer lugar a través de la creación de un órgano colegiado de cardenales para asesorarlo en el gobierno de la Iglesia y para preparar un proyecto de reforma de la estructura vaticana; trabajo arduo y delicado que vio la luz recién en marzo de 2022, cuando se promulgó una nueva constitución apostólica.
La aspiración era lograr una estructura más misional, que estuviera más al servicio de la evangelización y de cada parroquia para poder “elevar desde el terreno las mejores iniciativas tomadas por los católicos”
Era una convocatoria a que las iglesias locales jugaran un mayor rol a través de un impulso a la sinodalidad.
Es conocida la permanente prédica de Francisco contra el clericalismo, la política de círculo, aislada de las bases.
Además de los órganos financieros y administrativos, también cambió el Colegio cardenalicio, en el que 80 por ciento de los cardenales que votarán al próximo Papa, han sido nombrados por Francisco con el criterio de un mayor equilibrio geográfico, reduciendo la presencia de europeos y nombrando cardenales en los países del sur del mundo: Tailandia, Birmania, Vietnam, Nueva Zelanda, etc. Y obviamente de Sudamérica; también hay menos funcionarios vaticanos entre los nuevos cardenales.
Bergoglio siempre decía que la Iglesia no crece por proselitismo sino por atracción; de ahí su estilo pastoral que pone el acento en la misericordia, la apertura y la cercanía. Se mostró abierto y compasivo hacia los homosexuales y los divorciados vueltos a casar. Muchas recordarán su célebre frase: “Si una persona gay busca al Señor con buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla?” Pero al mismo tiempo condenó lo que llamó el “lobby gay”. “el problema no es tener esta tendencia, sino hacer lobby”, dijo.
Francisco hizo 47 viajes apostólicos fuera de Italia en estos 12 años, visitando 66 países, con una clara predilección por las periferias. “Hay que ir a la periferia si se quiere ver el mundo tal cual es”, suele decir. Su concepto de periferia es geográfico pero sobre todo existencial: por eso en cada viaje lava los pies de personas humildes o marginadas, visita los barrios carenciados, los hospitales, las cárceles…
En 2024, aun afectado por limitaciones físicas, hizo el viaje más largo de su pontificado: visitó Indonesia, Papúa Nueva Guinea, Timor Oriental y Singapur.
Visitó seis países que nunca habían recibido a un Papa: Birmania, Macedonia del norte, Emiratos Árabes Unidos, Irak, Bahrein y Sudán del sur.
Dentro de Italia, su primer viaje fue a la isla de Lampedusa, puerta de entrada a Europa de tantos migrantes africanos, para denunciar que el Mediterráneo se había convertido en un gran cementerio y criticar “la globalización de la indiferencia”.
Otra prioridad de su pontificado fue el diálogo ecuménico e interreligioso. En su viaje a Tierra Santa, en mayo de 2014, estuvo acompañado por el patriarca Bartolomé I de Constantinopla y protagonizó un abrazo de tres religiones en el Muro de los Lamentos con sus amigos el rabino Abraham Skorka y el referente de la comunidad islámica Omar Abboud.
En su viaje a Sudán del Sur, lo acompañó el jefe de la Iglesia Anglicana.
También tuvo gestos muy claros hacia el Islam. Con Ahmed el-Tayeb, rector de la universidad Al-Azhar (en El Cairo, Egipto), firmaron juntos una declaración común sobre la fraternidad humana.
En junio de 2015, impactó con su encíclica Laudato si’, sobre el cuidado de la Creación, mostrando una vez más la capacidad de la Iglesia para abarcar todas las realidades. Ahora bien, en una entrevista libro en 2017 (”Papa Francisco. Latinoamérica”, de Hernán Reyes Alcaide, Planeta 2017) Francisco aclaró: “Laudato Si’ no es una ‘encíclica verde’. Es una encíclica social. Expresa la indisoluble relación entre el cuidado del ambiente y la justicia social”.
Tildado con frecuencia de populista, el papa Francisco, que claramente no cree en la teoría del “derrame”, aclara sin embargo: “No propongo la cultura cómoda de la dádiva o del subsidio permanente”. Y, citando Evangelii Gaudium, reitera: “Ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias”; lo que corresponde es “una creación de fuentes de trabajo, una promoción integral de los pobres que supere el mero asistencialismo”. “Estoy lejos de proponer un populismo irresponsable”, insistió, en la citada entrevista. Pero también advirtió que quienes “absolutizan la libertad de mercado, sobre todo la libertad de las grandes empresas, como principio fundamental de la vida social”, olvidan que no todos nacen con los mismos privilegios y oportunidades. “Sería muy irresponsable dejar a los débiles solos entre los engranajes de este mundo voraz. Sería un ‘alegre descuido’ que tarde o temprano nos caerá encima”, dijo.
Estos mismos conceptos los retomó en su Encíclica Fratelli tutti, publicada en 2020, en la que critica tanto el liberalismo como el populismo. A uno le endilga individualismo y fe ciega en el mercado; al otro, demagogia e inmediatez. Dedica todo un capítulo -30 páginas- a definir qué política sirve en verdad al bien común; cuál es “la mejor política” para “el desarrollo de una comunidad mundial, capaz de realizar la fraternidad a partir de pueblos y naciones que vivan la amistad social”.
Desde la Argentina, lamentablemente, buena parte de la dirigencia juzgó al Papa con las mismas categorías superficiales y cortoplacistas con las cuales actúan en el escenario local. En el fondo, es más fácil, más cómodo, fijarse en si recibió a tal o a cual, si le sonrió a uno y no a otro, o detenerse en cronometrar las audiencias, que dejarse interpelar por la profundidad de su mensaje.
Los que supuestamente adherían a él, fueron mayormente a robarle tiempo, a mostrarse en una foto, sin asumir ninguna misión, ningún deber; más aún, varios hicieron lo contrario de lo que dictan los valores cristianos con el cínico argumento de “soy católico (o católica), pero…”
La Argentina le ha dado un Papa al mundo, pero no ha tomado plena conciencia del sentido y profundidad de ese hecho, que el tiempo no hará sino agigantar.
Hay tiempo para rectificar. El Papa se está recuperando y, aunque tal vez en adelante esté físicamente más limitado, como él mismo dijo, cuando empezó a usar la silla de ruedas, “la Iglesia se gobierna con la cabeza, no con la rodilla”.
Para el mundo, Francisco ha sido un líder y protagonista en la escena mundial, respetado y escuchado por muchos políticos; en ciertos momentos con más intensidad, en otros no tanto, para desgracia de un mundo que, en la posguerra fría no ha cumplido sus promesas de mayor pluralidad y diálogo, sino que por el contrario ha visto exacerbarse los conflictos.
En ese marco, resalta aun más el mensaje de Francisco que, en el plano espiritual, ha propuesto “una Iglesia facilitadora, y no una Iglesia admonitoria”. Y en el plano mundial, ha llamado incansablemente a la fraternidad.
Seguramente ahora, como dijo cuando cumplió diez años de papado, su deseo será el mismo. Parafraseando: “Para mis doce años de pontificado, regálenme la paz”.
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