“¡Santo súbito!” fue el clamor en su multitudinario funeral. Fue el Papa que le legó al milenio una Iglesia protagonista de la Historia, el que contribuyó a la caída del comunismo soviético, pero volvió luego su mirada crítica hacia los excesos del capitalismo y “el escándalo de la pobreza”
Por Claudia Peiró
Juan Pablo II fue proclamado santo en tiempo récord para la tradición, a sólo 9 años de su muerte, en abril de 2014, en una ceremonia bautizada como de “los 4 Papas”, porque al mismo tiempo fue canonizado Juan XXII y porque el acto, presidido por Francisco, contó también con la presencia del pontífice emérito, Benedicto XVI, fallecido el 31 de diciembre del año pasado.
Karol Wojtyla, tal era su nombre secular, murió el 2 de abril de 2005. Seis días después, el 8, el Vaticano fue escenario del entierro más convocante de un Sumo Pontífice. Un millón de fieles llegaron a Roma y en la Plaza San Pedro lo vitorearon y pidieron su beatificación.
Desde el secretario general de las Naciones Unidas -Kofi Annan- al de la Liga Árabe -Amr Mussa-; desde las autoridades de la Unión Europea (José Manuel Durao Barroso, presidente de la Comisión, y el premier luxemburgués, Jean Claude Juncker, presidente de turno de la UE), hasta el primer mandatario de los Estados Unidos, George W.Bush, que viajó a Roma acompañado por dos de sus antecesores en el cargo: su padre, el republicano George Bush, y el demócrata Bill Clinton: un impresionante número de personalidades mundiales se dio cita en El Vaticano para despedir al Papa más viajero de la historia.
También asistieron el socialista presidente del Gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero y el centroderechista primer mandatario de Francia, Jacques Chirac; el presidente de China, Chen Shui-bian, el de Brasil, Lula Da Silva; el primer ministro británico, Tony Blair, el presidente del Parlamento de Cuba, Ricardo Alarcón; el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Ahmed Qurei y el ex presidente polaco y fundador del movimiento Solidaridad, Lech Walesa.
Además, varios altos referentes de otras confesiones: el jefe espiritual de la Iglesia ortodoxa, Bartolomeo I, patriarca de Constantinopla, el de la Iglesia anglicana, arzobispo de Canterbury Rowan Williams, además del arzobispo de la iglesia ortodoxa de Grecia, Christodoulos, y Mesrob II, patriarca armenio ortodoxo: una asistencia plural que reflejó la extensión del respeto y la simpatía que la figura y el largo pontificado de Juan Pablo II habían despertado en el mundo.
Un público que también incluyó a los Reyes de España, Bélgica, Noruega, Suecia y Jordania, al príncipe Carlos de Inglaterra, al presidente y al premier de Alemania, Horst Köhler y Gerhard Schröder, respectivamente, además de los primeros mandatarios de Portugal, México, Polonia, República Checa, Austria, Irlanda, Bulgaria, Chipre, Croacia, Eslovaquia, Macedonia, Eslovenia, Bolivia, Irán, Costa Rica, Estonia, Honduras, Siria, Filipinas, Grecia, Hungría, Letonia, El Salvador, Rumania, Serbia y Montenegro, Suiza, Ucrania, Nicaragua, Lituania, Mozambique, Congo, Ghana, Guinea Ecuatorial, Líbano y Albania. Y a los primeros ministros de Canadá, Rusia, Holanda, Sri Lanka, Armenia, Dinamarca, Finlandia, además de una delegación de la presidencia tripartita de Bosnia (serbia, musulmana y croata).
Néstor Kirchner delegó en su vicepresidente, Daniel Scioli, la asistencia al funeral, pero la Argentina estuvo también representada por dos ex mandatarios, Carlos Menem y Eduardo Duhalde.
Aquella amplitud de latitudes y de tendencias políticas e ideológicas constituyó el mejor reflejo del protagonismo de un Papa con vocación universal y voluntad de abarcar y contener todas las contradicciones humanas.
Para unos, fue “subversivo”, para otros “reaccionario”, diablo modernista o conservador anticonciliar, innovador en ciertos momentos, tradicionalista en otros.
El mismo Juan Pablo II que con su viaje a la Polonia comunista y la exhortación a sus compatriotas a luchar -con aquella célebre exhortación: “No tengan miedo”- fue un acelerador de la Historia aportando a la caída del sistema soviético y la liberación de su tierra natal de ese régimen de opresión, volvió luego su mirada crítica a los excesos del capitalismo y al escándalo de la pobreza en el mundo occidental y cristiano. El mismo Papa que dio todo el respaldo de su autoridad espiritual a la lucha contra la opresión comunista, se atrevió luego a reivindicar las “semillas de verdad” que a su juicio estaban presentes en el socialismo.
Su mensaje fue que el capitalismo salvaje no sería mejor que el marxismo. “El comunismo -dijo- ha demostrado que era una medicina más peligrosa que la propia enfermedad”. Pero hay una enfermedad. “Una globalización económica (que) si se rige por las meras leyes del mercado aplicadas según las conveniencias de los poderosos lleva a consecuencias negativas”, como el desempleo, la destrucción del ambiente, el agrandamiento de la brecha de ingresos. “No es posible que los países ricos traten de mantener su estándar de vida explotando gran parte de las reservas de energía y materias primas (que deben) servir a toda la Humanidad”, dijo.
Quienes hoy tildan de “populista” a Jorge Bergoglio, se sorprenderían por la similitud de tono en las diatribas de Karol Wojtyla contra el capitalismo salvaje y la globalización anómica; críticas que incluso formuló el propio Benedicto XVI, desmintiendo la caricatura que de él suele hacerse.
El mismo Juan Pablo II que batió todos los récords en materia de beatificación (más de 1300) y reveló al mundo el tercer secreto de Fátima fue el autor de la encíclica Fides et ratio (año 2000) en la cual afirmó que la fe necesita de la razón para no verse reducida al mito o a la superstición: “No puede haber competencia alguna entre la razón y la fe, escribió. La Iglesia reconoce los esfuerzos de la razón para alcanzar objetivos que hacen la existencia personal más digna”. En el mismo documento atacó a quienes “han sustituido con la duda sistemática cualquier posibilidad de certezas”, reafirmando así la existencia de la verdad absoluta, para él la Verdad religiosa. “Doy los pasos que doy, no como los da el mundo, sino como yo los doy”.
El mismo Papa cuya prédica fue clave en el derrumbe del sistema soviético, le tendió la mano a la Cuba castrista, recibiendo a Fidel Castro en El Vaticano y visitando la isla en 1998: “Que el mundo se abra a Cuba y que Cuba se abra al mundo”, fue su esperanza.
El mismo Karol Wojtyla que visitó Israel y llamó "hermanos mayores" a los judíos y "fruto de la elección divina" a ese pueblo, reconoció el derecho de los palestinos a un Estado y reclamó un estatuto internacional para Jerusalén, la ciudad santa de tres religiones.
El mismo que era recibido masivamente por los jóvenes en sus viajes, no hizo ninguna concesión en materia de anticoncepción, aborto o divorcio. Una ortodoxia en el núcleo del dogma que sin embargo iba acompañada de una gran flexibilidad en las formas de transmitir el mensaje.
El objetivo estratégico de su activismo -Karol Wojtyla besó el suelo de más de 130 países en un centenar de viajes realizados durante su largo pontificado- era volver a poner a Dios como motor de la Historia y legarle al milenio una Iglesia a la cual nada de lo humano le fuese ajeno.
Hubo momentos en que su prédica espiritual encontró eco en los acontecimientos políticos y otros en los que pareció predicar en el desierto, como cuando en 2003, en referencia a la inminente segunda guerra de Irak, advirtió que “quien decide que se han agotado todos los medios pacíficos que el derecho internacional pone a su disposición, asume una grave responsabilidad ante Dios, ante su conciencia y ante la Historia”.
Fue en ese año cuando el comité que otorga el premio Nobel de la Paz dejó pasar una oportunidad de limpiar su imagen e incurrió en otra de las incongruencias -no sería la última tampoco- que explican el desprestigio de un galardón que el mundo unánimemente le concedía in péctore al Papa.
“Decisiones con consecuencias mundiales son tomadas sólo por un pequeño grupo restringido de naciones”, se lamentaba el Papa. Y este mensaje suyo en favor de un mayor multilateralismo es la parte más significativa de su legado para los tiempos presentes, cuando el mundo enfrenta convulsiones económicas, políticas y bélilcas, cuyas consecuencias, en un escenario globalizado, no reconocen fronteras. La comunidad internacional se ve ante la necesidad de imaginar nuevos caminos e instancias para una solución más participativa de los mismos. “El derecho internacional, el diálogo leal, la solidaridad entre los Estados, el ejercicio noble de la diplomacia, son medios dignos del hombre y de las Naciones para resolver sus actos contenciosos”, había dicho Juan Pablo II en 2003. Palabras más actuales que nunca.
De la Polonia bajo yugo comunista a la Santa Sede
Como todos los grandes de la historia, también Juan Pablo II tuvo sus travesías del desierto antes de darse a conocer al mundo. Casi toda su vida transcurrió en una patria sometida al yugo extranjero. Y bajo un régimen para el cual la Iglesia Católica era un enemigo a combatir y el cristianismo una fe a erradicar.
Karol Wojtyla había nacido en Wadowice, una pequeña ciudad cercana a Cracovia, el 18 de mayo de 1920, en el seno de una familia modesta. Perdió a su madre cuando tenía sólo 9 años. Edmund, su único hermano, era médico. En 1932, falleció de tuberculosis. Karol y su padre se mudaron a Cracovia donde él inició sus estudios. El futuro Papa quedó totalmente solo cuando en 1941, durante la ocupación de Polonia por la Alemania nazi, murió su padre, que era suboficial del ejército polaco.
Wojtyla hizo primero estudios literarios –una afición por las letras y el teatro que no abandonaría. Cuando en 1939 Polonia fue invadida por los alemanes, trabajó en una fábrica química y luego en una cantera para evitar ser deportado a campos de trabajo forzoso en Alemania. El ingreso de Wojtyla al seminario se produjo en la clandestinidad, en octubre de 1942. Fue ordenado sacerdote en 1948 y más tarde se doctoró en teología.
En 1958 fue nombrado obispo auxiliar de Cracovia. Y en esa condición participó de las tareas del Concilio Vaticano II, convocado por el papa Juan XXIII.
En 1967, el papa Pablo VI lo hizo Cardenal.
Muy apreciado en su país natal por su humanidad, coraje e inteligencia, Karol Wojtyla era poco conocido fuera de Polonia, por lo que su elección como Papa, tras el brevísimo pontificado de Juan Pablo I, el 16 de octubre de 1978, causó enorme sorpresa en todo el mundo. Y marcó un giro copernicano en la tradición vaticana. Fue una elección singular, especialmente por la nacionalidad del nuevo pontífice pero también por su edad: 58 años era poco para un Papa.
Wojtyla tomó el nombre de Juan Pablo II para homenajear a sus tres predecesores, Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo I.
Fue el primer Papa en conquistar una popularidad masiva y universal, el primero en convocar multitudes, no sólo en Roma sino en casi todos los países que visitó en sus más de 100 viajes internacionales.
Su ya célebre frase, “¡no tengan miedo!”, pronunciada a escasos días de su elección, el 22 de octubre de 1978, fue un aliento a sus compatriotas a sublevarse contra el régimen comunista.
Pronto vino la reacción. El 13 de mayo de 1981, en plena pulseada entre Moscú y El Vaticano, Juan Pablo II recibió un disparo mientras circulaba en jeep por la plaza San Pedro. Un joven turco fanático fue el autor material, pero la investigación se orientó hacia los servicios secretos búlgaros y, más allá, a los soviéticos. Años más tarde, Juan Pablo II perdonó a su agresor, que de todos modos purgó una larga pena de prisión.
Wojtyla recorrió el mundo como ningún otro Papa antes que él. En sus 27 años de pontificado realizó 104 viajes, visitando 129 países, sin contar la propia Italia. Hablaba varios idiomas, entre ellos italiano, francés, alemán, inglés, ucraniano y ruso, pero además se esforzaba en cada viaje en leer sus discursos en el idioma local. Muchos recordarán su acento marcado pero claramente inteligible en todas las ocasiones en que les habló a los argentinos.
Luego de la implosión de los regímenes comunistas, también pidió perdón por los errores de la iglesia, en particular hacia el judaísmo.
Fue también el impulsor de las multitudinarias Jornadas Mundiales de la Juventud, la primera de las cuales tuvo lugar en Buenos Aires, en 1987, en la que fue su segunda visita a la Argentina.
Pese a todo, no pudo revertir el proceso de secularización en Europa Occidental, ni el avance del pentecostalismo a expensas de la Iglesia Católica en América Latina. También el avance de un capitalismo salvaje en la Europa del Este postcomunista fue una desilusión para este Pontífice.
Hubo momentos en los que el mensaje papal fue replicado y bajado a la realidad concreta por políticos que eran sus contemporáneos. Y otros en los que faltaron líderes con verdadera vocación de servicio y mirada universal. Y la voz del Papa quedó solitaria.
Aunque su influencia menguó con los años y la enfermedad, su largo pontificado de casi tres décadas dejó una impronta imborrable en la historia reciente.
Karol Wojtyla murió a los 84 años, en 2005, un 2 de abril... tal vez para recordarnos a los argentinos lo mucho que hizo por nosotros, cuando apeló a toda su autoridad para frenar una guerra fratricida entre Argentina y Chile.
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