Hizo un examen de conciencia a los políticos y les presentó el manual del buen gobernante
Por José Manuel Vidal
El único traspiés que tuvo el Papa en Usa fue subiendo al avión, por culpa de su ciática. En todo lo demás, su periplo fue un paseo triunfal por el corazón del imperio americano. América rendida a sus pies. Y sus potentes medios de comunicación haciéndole la ola. No se puede tener más éxito en menos tiempo. Nadie como Francisco supo conquistar a los de arriba y a los de abajo. A las élites, a los pobres y a la siempre olvidada clase media. La "tierra de los libres y la patria de los valientes" le proclamó líder global.
Se paseó Francisco por las tres ciudades-símbolo del Este americano (Washington, Nueva York y Filadelfia, la cuna de América). Estuvo en sus lugares más emblemáticos. En la Casa Blanca, con Obama, que lo llamó "emperador de la paz", y lo recibió a pie de escalerilla de un pequeño Fiat negro.
Entró en el Capitolio, sancta sanctorum del Estado americano, y puso en pié a los congresistas. Y eso que se temían protestas de algunos neocon. Ni eso. Con un discurso antológico hizo vibrar sus cimientos morales, mirando al Moisés, que campa en su interior, y de la mano de sus cuatro 'santos' americanos: Lincoln, Luther Kinh, Dorothy Day y Thomas Merton. Y cosechó 36 ovaciones y hasta las lágrimas del presidente de las Cámaras, John Boehner, uno de los pesos pesados republicanos.
Algo parecido le ocurrió en Naciones Unidas, el templo laico de la democracia globalizada, que lo agasajó como el profeta de la paz mundial. Y como auténtico profeta tiró de "parresía" y, con suma humildad y con todo la ternura que desprende, no dejó de romper el jarro de las denuncias.
Porque, tanto en el Capitolio como en el Palacio de cristal, Francisco hizo hacer a los grandes políticos de Estados Unidos y del mundo (desde Obama a Putin, pasando por Merkel, Castro o Maduro) un auténtico examen de conciencia. Y les presentó el manual del buen gobernante.
Les puso ante el espejo del Evangelio y les pidió un nuevo sistema político mundial. En nombre de los empobrecidos del planeta, que abarrotan las cunetas de la vida. Y en nombre de la "casa común" planetaria, a punto de morir asfixiada.
A los grandes y poderosos de la tierra, Francisco les pidió, en nombre de los gritos de los pobres que llegan a los oídos de Dios, una nueva diplomacia: la del diálogo. Y un nuevo sistema político: el ecopersonalismo. Un uevo modelo de desarrollo, basado en la persona humana y en la naturaleza como centros de todo el sistema. La buena gobernanza de los ricos, para que los pobres no mueran en medio de la 'globalización de la indiferencia' y de la 'cultura del descarte'.
La voz de los sin voz. Todo en nombre de los pobres. Papa paráclito, le llaman algunos. Es decir, el Papa defensor de los excluidos. Su abogado. El líder creíble, sin trampa ni cartón, que no lucha por sus propios intereses, ni siquiera por los de su Iglesia, que ya no la quiere como un poder entre otros, sino como un simple 'hospital de campaña'. El líder humilde, que contagia ternura y compasión, y ríe y llora con la gente. Y besa al niño con parálisis cerabral y se abraza a un preso en la cárcel de Filadelfia, mientras reconoce que "todos necesitamos limpiarnos, el primero yo".
Un Papa que arrastra hasta a la contracultural, moderna y esquiva Nueva York, que terminó cantándole el 'I love you'. Un Papa que seduce porque predica con el ejemplo. Y, por eso, pide a la potente Iglesia norteamericana que deje de mostrar su potencia, que hable quedo, que baje a la calle, que abrace las heridas del mundo, que salga de sus despachos lujosos y sus ricas catedrales, que reconozca la peste de la pederastia y pida perdón y pague por ella y llore por ella, como "llora Dios".
Que sus obispos y cardenales dejen de ser príncipes y se conviertan al Evangelio. Porque, como dijo Jesús, "el que quiera ser el primer entre vosotros, que sea vuestro servidor". Un Papa que hace milagros. A la vista están los acuerdos de paz en Cuba y Colombia. O la seducción de la Gran Manzana. Un Papa milagro. El Papa de la primavera. El Papa de la esperanza.
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