Jornada de Santificación del Pueblo Argentino.
Dios bendice nuestros esfuerzos
La Iglesia en nuestro país viene realizando desde hace tiempo la Jornada de Santificación del Pueblo Argentino, este fin de semana se efectúa una vez más. La palabra “santificación” no es utilizada frecuentemente en nuestras conversaciones y se tiene la idea que se refiere a algo alejado de la realidad cotidiana; pero no es ese el sentido en que se propone, porque su significado es la incorporación de la enseñanza y la acción de Dios en la vida de la persona, para lograr un estilo nuevo de vivir y compartir, más digno y animado por los valores auténticos, los que Él mismo nos ha revelado.
Concretamente, ese nuevo modo se expresa en una persona cuando va creciendo en su bondad y pone como meta a alcanzar, ser alguien justo, honesto y solidario. También, siendo un buen vecino, un padre o una madre que se ocupa con amor generoso de sus hijos, un alumno que se dedica con ahínco al estudio, un trabajador que cumple con responsabilidad la tarea encomendada; y muchas otras conductas similares a estas.
Entonces, es fácil concluir que no basta con algunos gestos exteriores o imaginarse con una “aureola” en la cabeza para que uno sea “santo”, se necesita la acción de Dios en nosotros y la colaboración nuestra para lograr un cambio con firme determinación, que llegue hasta nuestro interior y cambie el estilo de desenvolvernos en las ocupaciones, pensando no sólo en nosotros, sino también en los demás.
Pero sabemos que no es fácil dejarnos impulsar por este deseo bueno, por el anhelo de “santidad”, porque “la costumbre nos seduce y nos dice que no tiene sentido tratar de cambiar algo, que no podemos hacer nada frente a esta situación, que siempre ha sido así y que, sin embargo, sobrevivimos. A causa de ese acostumbrarnos ya no nos enfrentamos al mal y permitimos que las cosas ‘sean lo que son’, o lo que algunos han decidido que sean. Pero dejemos que el Señor venga a despertarnos, a pegarnos un sacudón en nuestra modorra, a liberarnos de la inercia.
Desafiemos la costumbre, abramos bien los ojos y los oídos, y sobre todo el corazón, para dejarnos descolocar por lo que sucede a nuestro alrededor y por el grito de la Palabra viva y eficaz del Resucitado” (Gaudete et Exsultate,137). Este día es una oportunidad para despojarnos de aquello que adormece el alma e impide asumir con fuerza el compromiso de trabajar, para favorecer cambios positivos en la realidad personal y social. Si queremos salir mejores de la pandemia, ¿no debemos tener apertura y animarnos a pensar que muchas cosas se pueden lograr para bien, sabiendo que Dios bendice toda iniciativa buena?, ¿no tenemos que despojarnos de aquello que nos encierra y desanima?
El programa de Jesús para lograr lo anterior son las bienaventuranzas. Estas, nos ponen en sintonía con el espíritu y el impulso apropiado para la acción, necesarios para lograr esa transformación personal y social si queremos lograr metas altas, las que edifican una vida mejor. Repasemos el texto del Evangelio de hoy: “Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices los afligidos, porque serán consolados. Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia (…)”. Estas consignas nos aportan las actitudes fundamentales para que Dios acompañe nuestros mejores anhelos. En primer lugar, nos pide la humildad, o sea, disponer ese espacio interior para que la bendición de Dios se haga presente y nos ayude a crecer.
También, se nos pide ser pacientes para saber acompañar procesos sin apresurarnos ni exigir demasiado a los demás. Asimismo, nos compromete a promover la justicia y a ser misericordiosos, para que nadie se sienta ni esté al margen de la vida social. ¿No son estas las orientaciones que hoy tienen que guiar la marcha de la sociedad, anhelante de actitudes nobles?
¡Qué la misión nos renueve!
La misión que estamos llevando a cabo en la comunidad y más allá de los límites de la misma, es una oportunidad para dejar que esa presencia operante y revitalizadora de Dios no dé el impulso y la determinación para aportar positivamente en el momento presente.
Guiados por la oración que acompaña la misión, sentimos la cercanía de Dios y el afecto fraterno, ¡muy reconfortante para este tiempo! Les propongo reflexionar y hacer presente en nosotros en amor misericordioso de Dios: “Pastor bueno, aunque los caminos de nuestra vida resulten difíciles y largos, con sufrimientos e incertidumbres; cuando la oscuridad de la noche da miedo, y la dificultad para distinguir los peligros es muy profunda, te pedimos tu guía providente, para estar seguros de ir por los senderos justos, confiando en vos, que siempre estás caminando con nosotros. Señor, esta es nuestra certeza, la que nos sostiene, porque tu cercanía transforma la realidad, y nos anima para enfrentar las situaciones de peligro; tu consuelo reconfortante nos abre las puertas de la esperanza”.
Esta oración permite renovar la confianza en Dios, nuestro Pastor bueno y cercano; siguiendo ese ejemplo, también los misioneros queremos estar cerca de cado una de las personas y acompañarlas para afrontar estos momentos de oscuridad que atemoriza al mundo.
Sabemos que cuando experimentamos la bondad y el afecto fraterno nos ponemos nuevamente en camino, superamos lo que nos da miedo, nos disponemos para el servicio y la ayuda a los demás, levantamos la mirada para anhelar con esperanza activa. ¿No es este el sentido más hondo de la auténtica “santidad”, la que nos vigoriza para ser mejores?
¡Que María, madre de todos los santos, interceda en esta hora muy difícil de nuestro pueblo argentino!
Presbítero Alberto Fogar Párroco Iglesia Catedral
(Resistencia)
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