Por Alberto Barlocci
Todavía no hemos secado las lágrimas por las víctimas de los atentados terroristas en París y en Beirut, reivindicados por el Estado Islámico. Este grupo oculta muchos misterios en cuanto a su nacimiento y desarrollo pero lo que es cierto es que pese a su nombre representa un grupo de criminales mercenarios que no son ni un estado ni islámicos.
El análisis de esta guerra mundial que -como bien ha señalado el papa Francisco- se lleva a cabo por sectores, lo hemos realizado en varias oportunidades destacando las responsabilidades existentes, entre ellas las de Occidente. Pero ya no es más tiempo de análisis, sino de hechos. Una humanidad enlutada por cientos de miles de muertos, vejada y con millones de personas obligadas a buscar refugio lejos de sus hogares, reclama poner fin a la insania de conflictos desencadenados por intereses externos y ajenos a los de las poblaciones afectadas, alimentados por la sed de poder y la codicia. No es casual que las armas usadas en estos conflictos son fabricadas y vendidas por los mismos países que se afirman empeñados en conseguir la paz. Y el único organismo que puede intervenir con legitimidad es las Naciones Unidas, con decisiones ampliadas a todos los miembros, permanentes y no, de su Consejo de Seguridad. No se puede arriesgar de confiar la paz a los intereses de determinados gobiernos. Aquí lo que está en juego es un bien común que pertenece a toda la humanidad.
Antes que miliar, la respuesta a este desafío comienza por aislar y neutralizar este grupo de criminales, impidiendo que siga recibiendo apoyo, financiación y armas, que siga consiguiendo recursos vendiendo descaradamente petróleo, repertos arqueológicos y obras de arte gracias a un lucrativo comercio que se desarrolla sin que en Occidente se esté investigando cómo esos bienes han llegado a coleccionistas privados.
Pero no sólo los gobiernos están convocados a trabajar por la paz. También lo está la sociedad civil y en primera línea las instituciones religiosas, todas defensoras de la paz, la tolerancia y la fraternidad entre los pueblos. Como bien señala desde Italia nuestra revista hermana, Cittá Nuova, es el momento en que mucho puede aportar una alianza entre iglesias y mezquitas (ampliada a las sinagogas) desde las cuales orar por la paz y por sus constructores.
Orar es necesario, porque la paz depende no sólo de los corazones que la albergan sino también de los corazones que la impiden. Y sólo Dios puede entrar en los corazones.
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