El Adviento es un tiempo de preparación, que se prolonga aproximadamente un mes, y que nos invita a reflexionar sobre la venida de Cristo, la histórica y la futura
Al rededor del final de noviembre, aproximadamente un mes antes de Navidad, se nos anuncia el tiempo de Adviento. El propio nombre nos indica de que se trata, pues Adviento deriva del latín adventus, que significa llegada.
El Adviento es por tanto un tiempo de espera, pero esta espera no debe ser pasiva; igual que cuando se aguarda una visita, no se hace en el sofá, si no que es una espera activa, se adecenta la casa y se procura una vestimenta apropiada para la ocasión; cuánto menos se debe preparar el recibimiento de Dios hecho hombre.
Entonces, este tiempo que precede a la Navidad, viene para preparar y adecentar el alma para que Jesús nazca en nosotros. Pero esta actitud de espera activa no se debe limitar al Adviento.
Precisamente, este tiempo invita a no relajarse en la cotidianeidad, a no olvidar que Jesucristo vuelve, y que como Él mismo recuerda en la parábola de las vírgenes «no sabéis el día ni la hora» (Mt 25, 1-13); recuerda la necesidad de estar en tensión y tener presente todos los días del año que Jesucristo va a volver.
Tiempo de conversiónEl Adviento es un tiempo de conversión, de volver a Cristo. Es cierto que lo ideal es tener esta actitud a lo largo de toda nuestra vida, pero la Iglesia, y Dios mismo que nos ama, conoce la debilidad del hombre y nos regala este tiempo para que despertar al amor de Cristo.
Cuando se reflexiona sobre esta realidad, la segunda venida, que pondrá de manifiesto la realidad de cada uno, es fácil caer en la falsedad de que esta conversión, esta vuelta hacia Cristo, es algo que se hace con nuestras fuerzas, a través de los propios méritos.
Sin embargo, Cristo ya ha vencido a la muerte, ha vencido sobre el pecado que nos esclaviza y nos mata en vida. Entonces, esta conversión resulta en abrir el corazón al amor de Dios, en hacer su voluntad, que es el sumo bien.
El santo paráclito que baja en Pentecostés, y que es recibido en el bautismo, es la vía para entrar en esta comunión con Dios y aceptar dócilmente su voluntad; que se traduce, a lo sumo, en la Caridad.Como anunció San Pablo, no importan los méritos, o el ser 'bueno', pues «aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo para dejarme quemar, si no tengo caridad, de nada me aprovecharía» (1Co 13, 3).
Comienzo del año litúrgico
No es casualidad que el año litúrgico comience con este tiempo de conversión. Pues sin esta vuelta a Cristo, sin permitir que este niño nazca en nosotros, el resto del año carecería de sentido.
Precisamente es el comienzo para tener presente esta segunda venida de Cristo, durante todo el año, para ser conscientes de que hay que estar preparados, no sólo en Adviento.
Es por eso que Cristo instaura el sacramento de la penitencia, pues conoce la debilidad de cada uno, la necesidad de conversión y de vivir un «adviento» todos los días.
Es la humildad de reconocerse pecador y la humildad de aceptar el perdón y la misericordia de Dios el primer paso en esta conversión que no termina hasta estar por fin en presencia de Jesucristo.
No olvidar lo más importante
El Adviento es por tanto un tiempo que la Iglesia nos regala para recordar que la batalla es diaria hasta que Jesucristo vuelva; que aunque el pecado trunque esta comunión en la gracia, Jesucristo, a través de la Iglesia, perdona.La vida cotidiana en este mundo moderno, rápida y a penas sin pausa, hace, muchas veces, olvidar esta realidad, que Jesucristo vuelve; conviene parar y recordar este tiempo de conversión en el día a día, para no perecer en la cotidianeidad que nos hace olvidar lo más importante.
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