“La verdad los hará libres” es una extensa investigación sobre el rol de la Iglesia católica en “la espiral de violencia en la Argentina” entre 1966 y 1983, a partir de los documentos de la época, que se liberaron solo como excepción, ya que suelen liberarse tras 70 años desde su producción.
A pedido de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA), y a partir del estudio de una vastísima documentación de sus archivos desclasificados junto a los de la Santa Sede, llega por primera vez un libro que aborda el rol de la Iglesia católica en “la espiral de violencia en Argentina” entre 1966 y 1983. Se trata de La verdad los hará libres, que hoy Infobae Leamos adelanta en exclusiva.
“Si en el pasado hubo de nuestra parte algunas actitudes de negación frente a intentos de autocrítica, ausencia de un profundo examen de conciencia eclesial y de reconocimiento de fallas muy hondas en la actuación, hoy hemos querido estudiar con la mayor objetividad posible los archivos disponibles y recibir testimonios que permitan a la sociedad argentina disponer de elementos que favorezcan una aguda reflexión sobre lo ocurrido y la recuperación del sentido de fraternidad entre los argentinos, para que podamos construir una patria más humana y más justa, abierta a la verdad y a la amistad social”, escriben en el prólogo representantes de la CEA.
Podría decirse que La verdad los hará libres es un libro único, una excepción. Editado por Planeta y escrito por Carlos Galli, Luis Liberti, Juan Durán y Federico Tavelli, es la primera obra de su tipo a nivel mundial ya que el acceso a este tipo de archivos solo se hace disponible para los investigadores luego de unos 70 años desde su producción, y en este caso no hubo que esperar tanto.
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Desde los estertores de Perón hasta los albores de la democracia -con especial énfasis en el “Infierno” de la última dictadura en los 70 y, en particular, en casos como el del padre Carlos Mugica, el primer presbítero asesinado-, La verdad nos hará libres hace una lectura histórico-teológica de la Iglesia en Argentina y de las posturas de sus miembros ante las distintas formas de violencia de la época: el golpismo, los movimientos guerrilleros, las bandas paraestatales, el terrorismo de Estado, la defensa de los derechos humanos y, en especial, los desaparecidos.
Infobae Leamos comparte el fragmento de la investigación dedicada al asesinato del padre Carlos Mugica, que se desempeñaba en la capilla Cristo Obrero del barrio que hoy lleva su nombre para homenajearlo, y que fue asesinado en 1974.
“La verdad los hará libres” (fragmento)
Mugica: el primer presbítero asesinado
En este contexto se ubica la figura paradojal del padre Carlos Mugica, una de las personas públicas más discutidas de ese tiempo. Al leer la historia hay que considerar todos los aspectos, también los actos con repercusiones políticas, como lo describen las biografías escritas desde distintos enfoques.
Las lecturas desde la historia política ocultan lo que fue central para Mugica: su servicio sacerdotal al Pueblo de Dios en los más pobres. Su corazón pastoral se reflejó en el reportaje que dio a Odile Baron Supervielle para La Opinión Cultural y se publicó post mortem el 19 de mayo de 1974: «El sacerdote no debe ser ni un sociólogo ni un político. Debe ser un hombre de Dios. Pero esa relación profunda con Dios se tiene que proyectar en un compromiso con el pueblo, con el prójimo, hasta las últimas consecuencias».
Su amor a Jesús, tan vivo en el artículo «El rol del sacerdote», se expresó en la frase: «A la Villa voy a enseñar a Cristo y a aprender a conocerlo». No perdía oportunidad para hablar de Jesús. Perteneció a una generación preocupada por encarnar el Evangelio en los procesos históricos, y cargó sobre sí, como pocos, las terribles contradicciones de la sociedad y la Iglesia de su tiempo, llevando al límite la tensión sacerdotal entre trascendencia y encarnación.
En relación con la violencia pueden reconocerse en el itinerario de Mugica al menos tres etapas. Desde 1964 era asesor de la Juventud Universitaria Católica (JUC) en las facultades de Ciencias Económicas y Medicina de la UBA y luego de la Juventud Estudiantil Católica (JEC) en el Colegio Nacional Buenos Aires. En varios veranos acompañó a jóvenes en el trabajo pastoral y social en el Chaco santafesino y allí, ante las situaciones que clamaban al cielo, se comenzó a hablar de la violencia de arriba y se consideró la posibilidad de una resistencia violenta.
De octubre de 1967 a octubre de 1968 hizo estudios en París y desde allí visitó Cuba por algunas semanas. Desde su regreso a la Argentina manifestó sus discrepancias con los jóvenes que eligieron el camino de la guerrilla rural y urbana. Esa distancia se acentuó en 1973 con el retorno a la democracia, la vuelta de Perón y el asesinato de José Rucci.
Si en los comienzos sus opiniones sobre la legitimidad de una respuesta armada por parte de otros fueron cambiantes, siempre expresó que prefería seguir el ejemplo de Jesús que se entregó a la muerte, pero no quitó la vida a nadie. Recuerdo una edición del programa El pueblo quiere saber en febrero de 1973. En esa entrevista, junto a tomas de posición particulares y opiniones discutibles, dio un testimonio evangélico de su disponibilidad a morir, nunca a matar.
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En 1973, después de firmar el Acta de Unidad entre Montoneros y FAR, M. Firmenich leyó ¿Qué hacer?, de Lenin, y asumió el análisis dialéctico del pensamiento marxista-leninista. A principios de septiembre, él y R. Quieto se reunieron dos veces con Perón. Se dice que, en la primera, el general les ofreció mantener las posiciones políticas que tenían durante el gobierno de Cámpora. Al final de la segunda, cuando les preguntó si dejaban las armas, se cuenta que Firmenich declaró: «De ninguna manera: el poder político brota de la boca del fusil».
Un día antes, al celebrar la misa en la capilla Cristo Obrero de Retiro, Mugica dijo: «Como dice la Biblia este es el tiempo de dejar las armas y tomar los arados». La ideología militarista de Montoneros se manifiesta en la «Carta de la Conducción Nacional a las agrupaciones de los frentes», una charla que Firmenich dio a fines de 1973, conocida como «La Biblia» o «El Mamotreto». No se sabe lo que hoy piensa al respecto.
Sus declaraciones, actitudes y artículos en 1974 contra la soberbia armada de izquierda y de derecha lo ubicaron entre los fuegos cruzados. Su asesinato, el primero de un sacerdote por la violencia política, anticipó la noche oscura que caía sobre el país. Cuando lo mataron, la revista Criterio, que decía que su actuación era una contradicción viviente, expresó: «La muerte del padre Mugica se parece a una crucifixión… ha producido una purificación de su figura… su muerte es vista por todos como un testimonio sacerdotal».
Esa muerte se convirtió en la suprema expresión del amor que animó su vida, de un modo coherente con lo que había manifestado el 12 de julio de 1971 cuando manos anónimas pusieron una bomba en su casa familiar. Entonces confesó: «Nada ni nadie me impedirá servir a Jesucristo y a su Iglesia, luchando junto a los pobres por su liberación. Si el Señor me concede el privilegio, que no merezco, de perder la vida en esta empresa, estoy a su disposición».
El monje Mamerto Menapace cuenta lo que le escuchó a Mugica en el último retiro que hizo, antes de que lo maten, en el monasterio benedictino Santa María de Los Toldos: «Muchos en este año nos vamos a encontrar con Dios». En su comentario criollo a las bienaventuranzas dedicó a Mugica la referida a los perseguidos por practicar la justicia.
Se puede asociar la muerte de Carlos, baleado después de celebrar la misa a la salida de la parroquia San Francisco Solano, en Buenos Aires, con la posterior muerte de monseñor Oscar Romero, arzobispo del San Salvador, asesinado celebrando la Eucaristía en 1980.
El 14 de mayo de 1994 los vecinos de la Villa 31 recordaron al cura Mugica marchando de la Recoleta a la capilla Cristo Obrero, en un clima orante, solo alterado por la aparición de Firmenich y su esposa. En la misa, celebrada con la estola morada de Carlos, se avisó que una reliquia de su ropa ensangrentada, junto con otra de Romero, iba en la peregrinación misionera de Guadalupe a Luján. Romero es un mártir de la lucha por la justica desde la fe y de la fe en la Justicia de Dios. Una película recuerda su entrega en relación con la Pasión de Jesús en Getsemaní y asocia cuatro expresiones: «No puedo más. Tú debes. Muéstrame el camino. Soy todo tuyo».
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Después del asesinato de Mugica los obispos ofrecieron una reflexión sobre la violencia. En un contexto en el que aumentaban los asesinatos por la acción de grupos violentos de distinto signo, ese mensaje recordó el compromiso de los bautizados por un orden más justo, llamó a la conversión para superar antagonismos, invitó a buscar una verdadera liberación realizando la justicia que asegura la paz. Con dolor reconoció que, en la búsqueda de cambios estructurales, había hombres y mujeres de la Iglesia que asumían posiciones violentas. Ante una realidad que atemorizaba, en un Año Santo dedicado a la conversión y la reconciliación, el documento recordó la entrega pacífica de Jesús.
Cristo Jesús, dador de la paz y la justicia, nada destruye, a nadie mata, a nadie en-frenta contra otros, no permite el uso de la espada para su defensa, ni se vale de su poder; tampoco impone coercitivamente su doctrina; simplemente la ofrece. Estos valores evangélicos son perennemente actuales. Los pocos textos recriminatorios del Evangelio no fundamentan ni avalan la violencia de la que hablamos. Cristo pide la violencia interior de la conversión, el amor y el perdón.
Ese texto no fue un hecho aislado. Entre 1965 y 1976 la Conferencia Episcopal Argentina emitió 72 documentos: 35 fueron durante la revolución argentina y 36 durante el gobierno peronista. El centro de interés temático giró de una etapa a la otra. Del 66 al 73 primaron las frecuencias de las cuestiones referidas a la Iglesia (19%) y la religión (38%) sobre las que se referían a la situación nacional (17%). En cambio, del 73 al 76, la atención se desplazó a la situación sociopolítica (34%) por sobre los temas de la Iglesia (23%) y la religión (14%).
Una preocupación central del Episcopado fue la violencia, a la cual condenó reiteradamente. Un ejemplo es el documento que emitió después de que se levantó la veda política en 1971 y cuando el presidente Lanusse convocó en 1972 al Gran Acuerdo Nacional (GAN), que ofrecía elecciones para avanzar a una salida democrática. Entonces Lanusse solicitó a todas las instituciones que ayudaran a frenar la violencia.
La Declaración del Episcopado Argentino en la presente situación nacional marcó distancias de los idearios del marxismo y el liberalismo y reconoció —como hizo Pablo VI en la Carta Octogesima adveniens de 1971 sobre el compromiso político de los cristianos— la atracción que despertaban las corrientes socialistas. Marcó los límites de esa cosmovisión, pidió discernir lo que podía ser compatible con la fe y cuestionó el uso de la violencia armada.
También se refirió a la misión sacerdotal. Dijo que «al sacerdote no le corresponde ser líder en el campo político. Su misión es religiosa. Desde su propia misión puede hacer mucho más para instaurar un orden secular más justo, según lo expresara el último sínodo». La última frase citó un texto de la Asamblea del Sínodo de los Obispos celebrado en 1971, en el cual se consideraron la justicia en el mundo y el ministerio sacerdotal.
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