La última crisis por los abusos contra menores en la Iglesia es distinta a las anteriores. Por primera vez, resulta claro que las autoridades al más alto nivel son corresponsables.
Incluido el Papa. Gracias a la atención mediática mundial y a movimientos como #MeToo en Estados Unidos, la jerarquía eclesiástica ha comenzado a ser mirada con otros ojos. Y así como cayeron poderosos hombres de Hollywood o en el mundo del deporte, también en la Iglesia ya no existen intocables. El jesuita alemán Hans Zollner, presidente del Centro para la Protección de los Niños, advierte de que algunos países –entre los que cita a España– deben apretar el paso y hacer justicia a las víctimas, antes de que se despierten con un tsunami mediático que los obligue a reaccionar
No puede usar palabras más claras Hans Zollner. Miembro de la Comisión para la Tutela de los Menores de la Santa Sede y presidente del Centro para la Protección de los Niños (CCP, en sus siglas en inglés) de la Universidad Gregoriana de Roma es, quizás, uno de los mayores expertos de la Iglesia en abusos sexuales. En los últimos años ha viajado por los cinco continentes impulsando a todo nivel la sensibilización frente a un flagelo escabroso.
«Debemos ser honestos para aceptar que en todos los países donde la Iglesia se ha movido, lo ha hecho porque había una presión pública y una atención mediática distinta, que corresponde a esos países en los cuales hay una sensibilización mayor en la sociedad. En Alemania apenas hace una década los medios se interesaron, aunque los casos estaban ahí desde hace 70, 50 o 30 años», reconoce en entrevista con Alfa y Omega en su despacho ubicado en pleno centro de Roma.
Zollner se muestra convencido que movimientos como el #MeToo en Estados Unidos ayudaron a que «puedan ser tocados los intocables en la Iglesia, como el entonces cardenal Theodore McCarrick y otros», agrega. Ante un problema tan difícil de afrontar, la conciencia se va adquiriendo por niveles, explica. Así, cuando en la sociedad aumenta la percepción sobre la necesidad de defender los derechos de los niños y protegerlos, eso también se va reflejando en la Iglesia.
Escuchar a las víctimas
«Es verdad, debíamos haber afrontado el problema por nuestra cuenta, y es imperdonable que no lo hayamos hecho antes, sin importar la situación», admite. Al mismo tiempo, subraya que la mayor parte de las veces el escándalo provoca «espanto y parálisis». Porque, cuando se descubren los casos, se constata la incongruencia de una parte del clero, que no ha conducido a la salvación a las personas sino que las ha destruido.
También puntualiza que muchos responsables actuales de instituciones católicas heredaron el problema de sus antecesores, sin tener una responsabilidad directa. Muchas veces no estaban suficientemente preparados, porque no habían estudiado la materia o se vieron superados por los acontecimientos, incluida la enorme atención mediática. Pero, aclara Zollner, nada de esto es una justificación para no atender los problemas. «Esto debe ser afrontado por las personas que, hoy en día, son los encargados. Porque, si no lo afrontamos, se prolongará y volverá dentro de algunos años. La Iglesia está vinculada a través de los siglos y, por lo tanto, un obispo que personalmente no ha hecho nada de malo, no ha encubierto ni nada, debe también responsabilizarse por lo ocurrido mediante un predecesor suyo», insiste.
Es más, redobla la apuesta: la protección de los niños está en la esencia de la Iglesia. Por eso, llama a «liberar las fuerzas» y no volver a defenderse, a preocuparse por el buen nombre de la institución, por los poderes y los privilegios. Considera que la escucha a las víctimas debería ser «algo natural» entre los católicos, como ocurre con los jóvenes, con los enfermos, migrantes y sin techo. Un «extraordinario trabajo» que no hace ninguna institución del mundo como la Iglesia.
Una bomba a punto de estallar
«Todavía hoy en Italia, en España o en otras partes del mundo, hay voces (aunque cada vez son menos) que consideran que este es un problema exclusivamente norteamericano o centroeuropeo. Pero cada vez surgen menos denuncias en esos países donde hubo crisis en el pasado y aumenta el número de acusaciones en otras partes», revela el presidente del CCP. Su vaticinio es que los católicos de estos países «se despertarán con un escándalo público, con una bomba, como ocurrió en Alemania». Y advierte de que, si no se hace justicia a las víctimas ahora y si no se realiza un trabajo de protección en este momento, después se correrá detrás una opinión pública que será muy hostil.
Zollner invita a todo los obispos a aprender de aquellas iglesias locales donde surgieron los grandes escándalos, como Irlanda, Estados Unidos, Alemania o Canadá. Y recomienda empezar con la formación de todo el personal en las instituciones católicas, la preparación de los empleados a saber detectar signos y síntomas de abusos, acercarse a las víctimas y cómo tratar los abusadores.
A esto suma otra labor necesaria. El único camino posible: cada diócesis debe abrir sus archivos y, de la manera más honesta posible, verificar cuántas acusaciones se presentaron en el pasado, cuáles fueron los errores o los crímenes cometidos y cómo fueron tratados los casos.
«En Alemania hace dos semanas se publicó el informe que los propios obispos ordenaron, pero la gente dice que aún es demasiado poco y pide una comisión independiente. En Estados Unidos, tras el informe de un Gran Jurado de Pensilvania, ahora 15 Estados están pidiendo lo mismo. Algo similar está ocurriendo en Inglaterra, en Australia y en otros lugares. Si la Iglesia no se ocupa de esto, serán otros quienes lo hagan», continúa.
Revisar los protocolos
El máximo responsable del CCP constata una disparidad en el tratamiento de los casos de abusos entre las diversas naciones. Porque la Iglesia católica es menos uniforme «de lo que la gente se piensa». Por eso, los protocolos de prevención que ya funcionan en algunos territorios, no funcionan de la misma manera en otros. Ante esto, Zollner recomienda que el lenguaje y los procedimientos anglosajones sean adaptados a cada país. En España, la Conferencia Episcopal anunció el martes que está revisando sus protocolos.
Y sentencia: «Hemos pecado y cometido crímenes tan grandes que la gente está gravemente desilusionada. Es como un agujero sin fondo que no se llenará jamás, al menos para la opinión pública, porque la confianza está rota. Por eso, hasta que no regresemos contundentemente a cerrar este agujero, las medidas no llevarán a mucho. Existe una sola solución: ser consistentes, poner en el centro a las personas vulnerables y, en cada actividad de la Iglesia, pensar en los niños. Poniendo solo a ellos en primer lugar. Siempre».
Andrés Beltramo Álvarez
Ciudad del Vaticano
Continúa la limpieza en Chile
El Papa Francisco durante un encuentro con los obispos chilenos en Santiago de Chile, en enero de 2018. Foto: EFE/Luca Zennaro
En medio de la celebración del Sínodo de los obispos dedicado a los jóvenes, el Papa quiso dar una señal. El 13 de octubre el Vaticano anunció que se apartaba del sacerdocio a dos obispos chilenos, ambos ya jubilados: Francisco José Cox Huneeus y Marco Antonio Órdenes Fernández, arzobispo emérito de La Serena y el obispo emérito de Iquique, respectivamente.
Por primera vez en la historia, la sala de prensa de la Santa Sede puso por escrito que la dimisión del estado clerical se dio «como consecuencia de actos manifiestos de abusos a menores», a raíz de aplicárseles los procesos previstos en el decreto papal Sacramentorum Sanctitatis Tutela, que se ocupa de los delitos graves de los sacerdotes.
«La decisión adoptada por el Papa no admite recurso», sentencia la nota. Junto a Fernando Karadima, Cox y Órdenes se habían convertido en iconos del abuso sexual en la Iglesia chilena, ahora sumida en la peor crisis de credibilidad de su historia.
Distinto es el caso del cardenal Donald Wuerl, arzobispo de Washington y sucesor del cardenal McCarrick. El viernes, el Papa aceptó su renuncia en medio de la crisis que afronta la Iglesia estadounidense por el mismo tema. Francisco reconoció que el purpurado podría haberse defendido ante ciertos errores de juicio que no constituyen encubrimientos, pero prefirió pedirle que aceptase su renuncia presentada casi tres años atrás, a los 75 años. «Tu nobleza te condujo a no usar esta defensa. Estoy orgulloso de esto y te agradezco», escribió el Pontífice en una carta.
Comentá la nota