Mons. Frassia homilia 22 de febrero

Homilía de Mons. Rubén Oscar Frassia en la Catedral de Avellaneda Lanús. Asunción del P. Raúl Rancatti como párroco - 22 de febrero de 2015. Primer domingo de Cuaresma

Queridos hermanos: 

Quiero agradecer, en especial, la presencia de Mons. Di Monte. Justamente él lo recibió para el seminario y ordenó sacerdote al P. Raúl y hoy está presente acompañándolo en este momento importante para su ministerio sacerdotal. La Iglesia la hace Cristo que se entregó por ella, y el Espíritu Santo. Todos nosotros somos sus continuadores, nos necesitamos unos a otros porque así formamos una verdadera familia: el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Muchas gracias querido Mons. Di Monte por su presencia (aplausos) 

También agradezco la presencia de todos ustedes, los sacerdotes, los diáconos,  los fieles, y de la querida comunidad de Santo Cristo que acompañan a quien fuera su párroco hasta hace unos momentos - y que ahora tendrán un nueva realidad a través del párroco que Dios les ha confiado a través de la Iglesia-. 

Es importante agradecer lo que Mons. Rubén Oscar López ha hecho como Administrador Parroquial, en este momento histórico de nuestra Catedral con su entrega, su servicio, su disponibilidad, sabiendo que lo hizo como tiene que hacerse en la Iglesia. Así es que Mons. López muchas gracias (aplausos) 

Como se darán cuenta, mejor que yo, el aplauso es una expresión de reconocimiento y también lo acompañamos con la oración. Creo que hay que ser agradecidos en la vida, en la familia, con los hermanos, con los hijos, en los sacerdotes, con el Obispo, ¡con todos porque después es tarde! ¡Hay que decirlo en vida! Muchas gracias de todo corazón a Mons. López y al P. Leonardo, que no lo saco y se queda acá en la Catedral (aplausos) 

¿Qué supone la presencia de un nuevo párroco? Cada uno es único e irrepetible, por lo tanto es original. Siempre trabajamos en la Iglesia con un espíritu sobrenatural y con un espíritu de entrega. No copiar, no imitar, no comparar; esas cosas hacen mal, como cuando un padre o una madre comparan a sus hijos, ¡no se comparan, los hijos son los hijos y cada uno es como es! No hay que compararlos: este es más alto, este es menos alto, este es más buenito, el otro es más así, este es más serio, etc. Las comparaciones lastiman, hieren, por lo tanto no tienen que estar presentes entre nosotros. 

El párroco es el sacerdote que el Obispo pone en la Iglesia para acompañarlo y formar juntos una comunidad parroquial. Es cierto que la Catedral es un lugar muy especial, porque además de ser parroquia es la Iglesia Catedral de la diócesis y el Obispo es su titular. Son cosas que no se contraponen, están presentes y son realidades que expresan una forma distinta pero que tiene la fuerza de ser una parroquia. Por lo tanto ustedes forman una comunidad parroquial. 

En la parroquia tiene que haber trabajo en equipo, tienen que ayudarse mutuamente porque no tira uno solo ¡tiramos todos!, y tenemos que ayudarnos todos. Ninguno de nosotros puede arrogarse -siendo una parte- como si fuera la totalidad. Es importante saber que la Catedral, la comunidad, no son sólo los que están visibles sino todos: los fieles, los que vienen, los que pertenecen a la jurisdicción, los que no pertenecen, los que se acercan, los que están de paso, los que van a un sanatorio o al hospital, los que están enfermos, ¡tantas personas! Fieles y peregrinos que pasan por acá, también están cerca de esta familia parroquial que es la Iglesia Catedral. 

Es importante saber cuál es el marco de referencia, saber cuál es el horizonte que una comunidad parroquial tiene. Esta tiene muchos aspectos y hay que abrir las puertas, no cerrarlas; realidades distintas, cosas complicadas, complejas, pero ciertamente la comunidad parroquial tiene que sentir y reconocer la fuerza de su identidad, de su pertenencia y misión. ¡No lo puede hacer una sola persona, ni dos, lo tenemos que hacer todos y cada uno según sus posibilidades y responsabilidades! 

Somos una familia y como tal tenemos que tirar para adelante, porque si nos dividimos, se divide la familia. Tenemos que ser conscientes, adultos, responsables, sobre todo para que nuestra comunidad sea el rostro visible de Jesucristo en todos los ámbitos y lugares. No se podrá llegar a todos, pero tenemos que tener en cuenta a todos, aunque no lleguemos a todos. Por eso, es importante que acompañen al párroco, y a su vicario, para que -como pastores- puedan hacer un trabajo de comunidad y comunión apostólica parroquial y evangelizador. En la liturgia, en la catequesis, en la caridad y el servicio, hay que llevar el nombre de Jesús a tantos otros que se han alejado, que ya no vienen o que están  enfermos, que antes podían y ahora no. La comunidad tendrá que acercarse, visitarlos y demostrar el suave rostro de Cristo Jesús. Rezo por eso. 

Querido Padre Raúl, gracias por haber aceptado este nombramiento cuando te lo ofrecí, y gracias también por lo que trabajaste e hiciste en tus comunidades anteriores: Santa Catalina, Nuestra Señora de Luján y Santo Cristo. Hay un refrán antiguo que dice “el Obispo es como el sol, de lejos ilumina pero de cerca quema”. A veces yo quemo un poco al párroco de la Catedral, pero trataré de no quemarlo y trataré de iluminarlo, en todo caso. 

Respecto a la Palabra de Dios de hoy, donde vemos que Cristo sabe a lo que viene: a cumplir una misión y por ello permite ser tentado. Es importante esos cuarenta días y cuarenta noches en el desierto, donde el Señor sigue siendo fiel a Dios. Por eso digo que en este inicio de la Cuaresma, tenemos que darnos cuenta que todos estamos llamados a seguir más de cerca a Jesucristo, a seguirlo en serio. No es que todos “estamos muy bien”, “estamos bárbaro”, y hagamos algunas “cositas” y ya está, ¡NO! 

Hay que tomar conciencia que tenemos que pasar por el encuentro con Jesucristo, Dios vivo, y pasar por la necesidad y el reconocimiento de la conversión. ¡Tenemos que convertirnos!, ¡pero todos, no algunos! Necesitamos esa necesidad de volver a sentir y percibir el hambre de Dios. Porque fuimos sacando a Dios de nuestros ámbitos, de nuestras costumbres, de nuestras culturas, de nuestros comportamientos, de nuestras relaciones. 

El Papa Francisco nos habla de la “globalización dela indiferencia” y ¡es una gran verdad! Hay una gran indiferencia en el mundo y que a veces se cuela también en nuestras comunidades. El no meterse, “que no me enganchen”, “no me embromen la vida”, “no me la compliquen”, “yo quiero vivir tranquilo, no quiero tener problemas” ¡Esa indiferencia asfixia el alma y achica el espíritu! Insisto en que todos tenemos que tomar conciencia que tenemos que pasar por el encuentro con Cristo y la necesidad de la conversión. 

Luego: en la vida hay tentaciones y todos las tenemos; no las reduzcamos a “ciertas cosas” y nada más. La tentación de querer vivir sin Dios; la tentación de querer apropiarnos de cosas que no son nuestras, de dones que son de Dios y los queremos usar nosotros.  La tentación de muchas cosas, como nos asusta, a veces la negamos y como la negamos perdemos la ocasión y oportunidad de llamar las cosas por su nombre. Cuando llamamos las cosas por su nombre, se pueden modificar y cambiar. Pero si uno las niega, no va a cambiar porque las niega. Es como un mecanismo de defensa. 

“Yo no tengo este problema”, “yo no tengo aquel problema”, y como “no tengo problemas” ¿por qué voy a cambiar si no tengo problemas? Sin embargo, si uno reconoce que tiene problemas a lo mejor es capaz de modificar algo. Por eso, la tentación, en un lado positivo, nos puede ayudar a reconocernos que podemos cambiar. 

Finalmente, debemos saber que solos no podemos pero ¿quién nos ayuda? La oración y Dios. Dios nos ayuda y nos da fuerzas para resistir, perseverar, superar la dificultad y cambiar. Hoy  nos invita a la conversión. Quiera el Señor que su vida, su entrega, su donación, no sea inútil. Él nos da una vida nueva ¡a tomarla!, ¡a vivirla!, ¡a encarnarla!, y a dar sentido como persona y como cristianos en esta Iglesia y en este mundo que nos toca vivir. 

Que el Señor nos de su auxilio para que hoy sea un  tiempo nuevo, un aire nuevo, que nos cale muy profundamente para que nuestra vida sea -cada vez más- fructuosa y fecunda. 

Que Dios bendiga al P. Raúl, al P. Leonardo y a la comunidad de la Iglesia-Catedral para que este tiempo lo vivan con entusiasmo, con alegría, con entrega, con  generosidad y con audacia. ¡Hay que ser audaces! El mundo y la Iglesia no quieren gente diletante, de brazos cruzados. Tenemos que ser audaces y vivir de acuerdo a lo que creemos, pensamos, y aquello a que hemos decidido conformarnos y vivir. 

Que así sea.

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