Por Roberto Dabusti
Hace un tiempo se instaló en nuestra sociedad argentina la existencia de una grieta. Venimos escuchando por parte de la dirigencia y de los medios de comunicación este concepto como reflejo de lo que ocurre en nuestro país y en el que se vive a diario un enfrentamiento. ¿De qué lado de la grieta estas? se puede escuchar en rondas de amigos o mismo en mesas familiares.
La mal llamada grieta, a mi entender, quiere figurar el enfrentamiento o división que existe y en la cual estamos enredados como sociedad. Ya se internalizó el término grieta como algo cotidiano de los argentinos y de la que al parecer va a costar salir. A su vez, van surgiendo nuevas divisiones que se ven reflejadas en la proliferación de pañuelos de todos los colores que van profundizando esas divisiones. El anhelado objetivo de unir a los argentinos se encuentra lejos, muy lejos y es poco lo que se hace verdaderamente desde quienes tienen más responsabilidad para lograr ese tan soñado momento.
Me permito disentir con quienes hablan de la grieta. Considero que más que una grieta nuestra sociedad tiene una herida. Una herida profunda, una herida doliente, una herida sangrante, una herida que requiere ser curada con urgencia y con dedicación. Una grieta la encontramos en una pared o en la tierra, generalmente en cuerpos rígidos y sin vida. Una herida, en cambio, se produce en cuerpos vivos como es una persona, una comunidad, los habitantes de una país. Una herida es una ofensa, es un agravio, aflige y en muchos casos atormenta el ánimo y no permite levantar la cabeza.
Creo que esto es lo que tiene nuestra sociedad, una herida que no nos deja mirar para adelante y que nos ahoga la esperanza. Esta herida se encarna en tantos hermanos que viven en este suelo argentino y que están señalados dentro del tercio de pobres que tanto nos duele y entristece. Ese tercio olvidado en algunos casos y poco escuchado quizás por que no viven dignamente. Muchos de ellos no tienen un hogar digno. un hogar que no tiene agua ni cloacas, un hogar que en la mayoría de los casos no tienen timbre. Esta herida se puede ver a veinte cuadras del Obelisco porteño o en tantos rincones de nuestra extensa patria.
La herida se hace carne en quienes sufren por falta de alimentos, por falta de una adecuada nutrición, por falta de empleo, de salud, de educación. Las frías cifras nos muestran que un tercio de nuestro país es pobre en una tierra en la que, según dicen los entendidos, se produce alimentos para 400 millones de personas. Allí está la verdadera herida, en esos hermanos que sufren por la desigualdad, muchos de ellos que tiene hipotecada la vida por el flagelo de la droga y del que tanto cuesta salir. La trata de personas es otro de los reflejos de esta herida ya que es un crimen contra la humanidad. Y ese crimen está presente en nuestro país en pleno siglo 21, aunque nos duela y sorprenda, es así.
Es necesario hacernos cargo cada uno de nosotros de lo que le corresponde de acuerdo al lugar que ocupa en esta sociedad herida. Si no dejamos de lado los rencores y si no miramos al futuro va a ser muy difícil salir adelante. Debemos hacernos cargo de los niños, de los ancianos, de los presos de las adicciones, en definitiva del que sufre.
Para ello es necesario que quienes tienen responsabilidad en los diverso ámbitos: políticos sociales, empresariales y religiosos, dejen de buscar sus propios intereses para ocuparse y preocuparse por los intereses de todos. Para ello es necesario generar espacios reales y genuinos en los que se dejen de lado las diferencias y se vean y potencien aquellas cosas que nos unen.
Esta sociedad malherida requiere de gestos de grandeza y de humildad. La unidad en la diversidad es posible y para ello debemos trabajar todos y poner nuestro aporte desde donde nos toca estar. El cumplimiento de la ley es la base de esta reconstrucción que todos debemos afrontar, empezando por quienes más responsabilidades tienen. Esto requiere dedicación firme y perseverante.
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